Gaviotas en el Manzanares

Ecos del mar al pie de La Pedriza, en Madrid

El embalse es Santillana; el río que lo alimenta el Manzanares, que fluye desde el macizo granítico de La Pedriza. El lugar está en las estribaciones del Guadarrama, en Madrid. El  mar no puede estar más lejos. Y, sin embargo, un  griterío con resonancias costeras rellena cada tarde la inmensidad de este espacio vacío.

Decenas de miles de gaviotas, reidoras y sombrías, se concentran en estas aguas para pasar los meses de otoño e invierno. La comida que desecha cada día una ciudad como Madrid es un reclamo demasiado poderoso y las gaviotas acuden siguiendo el curso de los ríos. Y cada día siguen la misma rutina: una vez alimentadas, abandonan la fealdad de los basureros, situados al sur de la ciudad,  para descansar en las aguas limpias de la sierra.

Las orillas abiertas del embalse son, además, la mejor barrera de protección contra cualquier intruso.  Pero aún así, a veces, algo les asusta. Gregarias por naturaleza, basta con que una recele para que la alarma se propague a toda la bandada. Y el griterío de mil aves asustadas sube de escala.

Cuando empieza a caer la tarde, a virar la luz hacia los tonos rojizos, toda la lámina del embalse rebosa de aves; las gaviotas comparten aguas con somormujos lavancos, fochas y patos azulones. Por el fango de la orilla chapotean archibebes comunes y garzas reales. Y en los prados ribereños se escuchan los reclamos, suaves crujidos, de las agachadizas y revuelan los bandos de fringílidos. Cualquier tarde llegarán las primeras grullas.

Y todo bajo los imponentes paredones del Yelmo, de los muros del castillo de Manzanares el Real. Tan lejos que el mar no se puede concebir.

Publicado en el audioblog El sonido de la naturaleza, http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2015/10/17/gaviotas-en-el-manzanares.html el 17 de octubre de 2015

El concierto de las aves

En el Día Mundial de las Aves 2015

Las aves tienen su día y también su gran enciclopedia: los diecisiete volúmenes del monumental Handbook of the Birds of the World. Obra mundial de referencia producida por la editorial catalana Lynx Edicions, en colaboración con Birdlife International, la federación que engloba a las principales organizaciones de defensa y estudio de las aves. La gran enciclopedia se cierra con dos volúmenes extra que contienen una completa lista patrón de las casi diez mil especies de aves que habitan el planeta. Algunas de ellas, encaramadas al árbol de la evolución, aparecen ilustradas en una de sus portadas.

Unas cuantas, elegidas al azar, cantan, gritan, silban, reclaman y parlotean.  Y todas juntas al final, interpretan el concierto de las aves. El cant del ocells.

Con la intervención, en orden aproximado de aparición, de garzas, avetoros, halcones, avemartillos, lechuzas, tucanes, pájaros ratón, carracas, trogones, cálaos, serpentarios, águilas pescadoras y harpías, avefrías, ostreros, alcaravanes, págalos, gaviotas, gallinas de Guinea, dromas, faisanes, kiwis, varias especies de patos, gangas, tórtolas, flamencos, chotacabras, cucos, vencejos, rascones, colimbos, paíños, fragatas, piqueros, cormoranes, cacatúas, guacamayos, grullas y el tamborileo de los pájaros carpinteros, entre otros muchos.

Publicado en el audioblog El sonido de la naturaleza, el 3 de octubre de 2015 http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2015/10/03/el-concierto-de-las-aves.html

Gracias a Josep del Hoyo y Lynx Edicions

P1010792b

Otoño: la berrea

Al crepúsculo, hacia el oeste, el cielo se ilumina  al tiempo que el paisaje se apaga. Las encinas no son más que siluetas recortadas, las laderas de monte un telón negro. No se ve nada, pero desde esa oscuridad emergen los sonidos que dan la señal de partida al otoño. Comienza la berrea, el periodo de celo durante el que los ciervos dirimen sus asuntos a voces.

En los últimos días las tormentas han traído un poco de agua; la hierba, pulverizada tras el verano más caliente que se recuerda, empieza ahora a brotar. Las noches refrescan y el celo no puede esperar. Aunque con poca intensidad, los rotundos bramidos de los machos resuenan por las vaguadas, retumban contra las rocas, ruedan ladera abajo. No hay nada más contundente en el paisaje sonoro natural, salvo las tormentas.

Junto a ellos, los otros sonidos de la hora –el crepitar de los petirrojos, los reclamos asustados de los mirlos, el ululato de un cárabo, los ladridos de los zorros- pasan casi desapercibidos. Tan sólo la dulce y tenaz melopea de los últimos grillos, en el otro extremo de la escala sonora, destaca contra los estruendos de la berrea de los ciervos.

Pájaros carpinteros

El bosque como instrumento

Cuaderno de rodaje del largometraje documental Cantábrico, los dominios del oso pardo*.

Entre otras muchas cosas, a lo largo del mes de mayo nos hemos centrado en la grabación de unos picamaderos negros, en los valles de Riaño, León. Hay varios nidos barrenados en los troncos de un rodal de álamos, en cuya base rebulle un enorme hormiguero, principal fuente de alimento de los pájaros carpinteros. Desde el interior de un escondite, una caseta de madera colocada hace tiempo y que ya pasa del todo desapercibida,  no puedo verlos, pero los micrófonos colocados apuntando a las cuatro direcciones permiten saber lo que está pasando. Arriba, fuera de la vista, dos picamaderos, un macho y una hembra, relinchan y tamborilean con suavidad. Por la delicadeza de sus voces se puede suponer lo que están haciendo.

El momento pasa y es entonces el macho quien, como un resorte, ataca un tronco para marcar el centro de su territorio de cría. Con ráfagas lentas, sostenidas, de entre treinta y seis y cuarenta y dos picotazos por cada tamborileo.

A la vez, desde dentro de uno de los agujeros, el seleccionado este año para nido, la hembra picotea contra las paredes, parece que envía un mensaje en su particular código cifrado. Sea lo que sea lo que quiere transmitir, en el exterior su compañero se aleja volando por la arboleda, con un relincho agudo muy característico.

En general, todos los pájaros carpinteros buscan su comida bajo las cortezas de los árboles. Por eso, un gran hormiguero abierto por el que rebullen las hormigas acarreando larvas, es una invitación irresistible al banquete. Otros percusionistas se atreven a acercarse al corazón mismo de los dominios del gran picamaderos. Tamborilea ahora un pico picapinos, algo menor, con una cadencia más rápida: entre dieciocho y veinte golpes por ráfaga.

Y otro intruso, un rápido resorte. Como una versión de juguete de los anteriores, más pequeño, mucho más rápido, grita y tabletea un pico menor: entre veintiséis y veintinueve  golpes por ráfaga.

En mayo, los bosques cantábricos son el gran instrumento de percusión de los pájaros carpinteros.

*El rodaje de este largometraje documental, producido por Wanda Natura y Bitis, comenzó hace ahora un año y nos va a tener ocupados, al menos, hasta finales de diciembre. Periódicamente aparecen aquí algunas reseñas de este cuaderno de campo sonoro.

Una miniatura musical

Canta un mirlo, y de su garganta sale una miniatura musical.

Hay que ser cuidadoso con las comparaciones. Que el canto de los pájaros tiene elementos comunes con la música es algo evidente: el sentido del ritmo, el tempo, algunas figuras musicales como el crescendo de los ruiseñores o el glisando de los bisbitas.

Pero la música requiere una intención. Los pájaros la tienen, sin duda, pero nosotros no somos los destinatarios.

La mayor parte de las aves canoras se ajustan a patrones de canto más o menos estables. Cantan lo que aprenden, imitan lo que les rodea. Y con eso es suficiente  para producir todos los matices del paisaje sonoro. Lo que para muchos suena como un concierto natural.

Pero hay aves que no se conforman con repetir lo que oyen y gustan de explorar las posibilidades de su voz. Entre las ibéricas, los mirlos son, quizá, los más curiosos.

A diferencia de otras especies, no hay dos mirlos que canten igual. Cada individuo tiene su voz personal, una firma sonora propia. Todos los mirlos tienen en común algunos caracteres «mirlescos», como un timbre líquido con un ligero roce, la imperfección que caracteriza a los grandes artistas.

Los mirlos buscan la afinación armónica en sus notas, esa cualidad del sonido, representada por las líneas paralelas de los sonogramas, que hace que  una nota suene mejor al oído. Y como cualquier cantante o instrumentista sabe, afinar una nota no es algo casual.

 

Pero lo que acerca de verdad a los mirlos a la música es su gusto por la variedad. Cada ejemplar, cada macho territorial, busca sus frases, las enlaza de una manera determinada, casi se podría decir que a su gusto, a lo que llega después de muchas horas, muchos amaneceres de ensayo. Algo que, con todas las reservas, se parece mucho al proceso de composición.

Unas palabras sobre los sonogramas. En 1940, los ingenieros de los laboratorios Bell Telephone inventaron el sonógrafo, un aparato que permitía transcribir gráficamente un sonido. Su intención era identificar posibles criminales por medio de sus huellas vocales, tan distintivas de cada individuo, suponían, como los dibujos dactilares.

Pese a todo, los criminales siguen volando de la justicia. Y los sonogramas han quedado para el estudio y disfrute de otras voces. Hoy, con esta mezcla de sonido y caligrafía, vemos el canto de los mirlos.

Publicado en el audioblog El sonido de la naturaleza, el 6 de junio de 2015.

http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2015/06/06/una-miniatura-musical.html

Por la Tierra de Campos

Canta un triguero, un pájaro que en el nombre lleva su paisaje.

De lo general  a lo concreto. Del concierto al instrumento solista. Del paisaje sonoro al canto de un pájaro. El lugar es la Tierra de Campos, las inacabables estepas cerealistas zamoranas: cebadas, centenos y trigos.

El sol empieza a calentar; la atmósfera se mueve y una fuerte brisa sacude las espigas. La monotonía es la nota fundamental. Pero entre los trigales, el bosque de las perdices, que dijera Ramón Gómez de la Serna, rebullen múltiples presencias. Ajean, claro, las perdices rojas; cantan desde el aire algunas alondras; en tierra, quizá sobre un majano, silba una cogujada común. Y, por todas partes, rechinan las voces estridentes de los trigueros.

Ocultas entre las cañas las codornices lanzan su triple nota. Al mismo tiempo canta una collalba gris. Pero las notas dominantes son los graznidos ásperos de una corneja, que emergen de las líneas borrosas del horizontes, difuminadas por el soplo del viento solano.

Cerramos ligeramente el cuadro y en el borde de un campo destaca, al fin,  la silueta rechoncha del triguero. Y ahí, bajo el azul intenso del cielo, rodeado por millones de espigas verdes, este pájaro pardo ha elegido como posadero la flor malva de un cardo.

Publicado en el audioblog El sonido de la naturaleza, el 9 de mayo de 2015.

http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2015/05/09/por-la-tierra-de-campos.html

La vida oculta del ruiseñor

Es fácil oír cantar a un ruiseñor. Mucho más difícil es verlo.

Volvieron a nuestros campos a lo largo del mes de abril, procedentes del invierno africano. Y desde entonces sus voces dominan en arboledas abiertas y boscajes. Pocas especies se hacen notar tanto. Por donde abundan los ruiseñores  las demás aves con las que comparten hábitat quedan en un segundo plano. De día y de noche, son los protagonistas absolutos del espacio sonoro.

Aunque muy adornado y articulado, el canto del ruiseñor es bastante simple. Consiste en una secuencia formada por muy pocos elementos: algunos silbidos in crescendo, trinos simples y notas enlazadas, todo ello combinado  con tanta decisión, tanta habilidad, que es difícil  escuchar dos motivos iguales.

Pero todo lo que tiene de exhibicionista  queda compensado por la simpleza de su plumaje y la discreción de su vida, siempre oculta en las espesuras del campo. Podemos pasar horas enteras delante de una zarza, de un espino, oyendo una cascada continua de notas afiladas y desafiantes, sin llegar a ver al autor. Todo lo más, percibiremos un movimiento, una ráfaga que salta de un lado a otro.

Al caer la noche se produce el cambio de guardia, callan los habitantes del día y despiertan los merodeadores nocturnos. Y las notas entrelazadas del ruiseñor, que pertenecen a los dos mundos, brillan, destacan sobre el indeciso estridular de los grillos, el croar de los anfibios y los silbidos cadenciosos de los autillos.

Publicado el el audioblog El sonido de la naturaleza, el 2 de mayo de 2013

http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2015/05/02/la-vida-oculta-del-ruisenor.html

El Charcón de Valsaín

No es más que una balsa de agua en medio de una pradera encharcada, un tremedal. Rodeada, a su vez, por un espeso pinar. Una isla de agua dentro de un bosque. Se llama, con mucha propiedad, El Charcón, y se encuentra en el valle de Valsaín, en la cara norte del Guadarrama.

Toda la pradera está cerrada por una valla de madera, para evitar que el ganado,  que siempre busca la hierba fresca, pisotee el suelo y destruya un tesoro. Y es que El Charcón es una reserva formidable para los anfibios.

Como el visual, el paisaje sonoro es una mezcla de bosque y aguas. Arriba, en las copas, se escuchan los cantos de las aves forestales: la doble nota del cuco, el chorro de voz del pinzón vulgar, los graznidos ásperos de cornejas y arrendajos, entre otros.

Abajo, entre dos aguas, croan las ranas comunes. Cientos de ranas verdes, invisibles entre la vegetación que flota en la superficie. Pero se delatan al croar, cuando, al soplar, hinchan los sacos vocales y producen una leve agitación en el agua.

Las ranas comunes no son los únicos anfibios en la charca. Más discretos, ocultos en los charcos del suelo,  ronronean los sapos corredores. Y entre los juncos croan, en tríos, los machos de ranitas de San Antón.

Baja la luz y sube el sonido, con la incorporación de nuevas voces. Se activan los grillotopos, que durante un rato llegarán a cubrir todo el espacio sonoro.  Y, como cada tarde por estas fechas, un par de patos azulones llegan volando desde el bosque en busca de  tranquilidad en este espacio perdido.

Con el crepúsculo cambia la luz; y cambia la tonalidad del bosque. Ululan los cárabos, rechina una lechuza, ronronea un chotacabras gris,  estridulan los grillos… Y ladra, rotundo, un corzo.

Publicado en el audioblog El sonido de la naturaleza,el 25 de abril de 2015. http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2015/04/25/el-charcon-de-valsain.html

La canción del pechiazul

No todos los colores los ponen las plantas alpinas. Una mancha azul revuela y parlotea sobre tojos y piornos. Es un pechiazul, un pájaro muy escaso, habitante de la alta montaña, que delimita el territorio de cría con su canto.

La primavera asoma ya por los puertos y los piornales de montaña. En la Cordillera Cantábrica la nieve no se ha retirado del todo. Pero acaba el invierno más duro de los últimos treinta años y los puertos empiezan a llenarse de sonidos.

El viento sopla siempre en las montañas, y el pechiazul, que no encuentran soporte más firme que las ramas de un arbusto, hace equilibrios sacudido por las ráfagas.

Por detrás, en el cielo cantan las alondras; y en la vegetación circundante silban otras aves alpinas, como los acentores comunes.

El pechiazul es el pariente vocalmente pobre del ruiseñor. Su canto recuerda al de su virtuoso primo, aunque más seco, menos elaborado. Pero todo lo que le falta en la voz le sobra en el colorido.

Esta entrega forma parte de lo que podríamos llamar Cuaderno de Rodaje del largometraje documental Cantábrico, que arrancó la primavera pasada, la del 2014, y va a continuar hasta final de este año 2015. Lo producen Wanda Natura y Bitis Documentales. Y el sonido será cosa mía. A lo largo de los próximos meses, ocasionalmente, aparecerán nuevas entregas de este peculiar y sonoro cuaderno.

Las Pajareras de Doñana

Unos árboles viejos, grandes, cargados de peso y años, arraigan en los suelos arenosos en la vera de la marisma. La mayoría son alcornoques, aunque también crecen algunos sauces. Por encima de ellos, día y noche, sobrevuela una nube de aves, grises, blancas, negras. Y a ellas se debe que estos rodales de árboles tengan nombre propio. Son las Pajareras de Doñana.

Observados desde lejos, de estos oteaderos en tierra plana emerge un ruido constante, un bullicio en el que se entremezclan las voces de la marisma. En los arbustos del suelo silban las cogujadas; en el aire chillan las grajillas y relinchan los milanos negros; desde algún punto, escondidos, gruñen los martinetes.

Pero en este guirigay hay un sonido que predomina sobre los demás, unos gritos guturales, desgarrados. Las pajareras son asiento de enormes colonias de garzas; y entre todas ellas destacan, grises y elegantes, las garzas reales. Siempre aleteando, en equilibrio inestable sobre las ramas, tanto que a veces parece que vuelan aún estando posadas.

Las garzas son una pura contradicción estética: toda la elegancia en el cuerpo y ninguna gracia en la voz.

 

Los nidos son apenas visibles, un amasijo de palos mal agarrados a las ramas; en estas fechas la mayoría de las garzas están incubando, pero, aunque no se les ve, ya se oyen los matraqueos con que los pocos pollos nacidos piden comida. Un peligroso asunto, un reclamo demasiado tentador para los milanos negros que avizoran desde el aire algo que llevarse al pico.

Por muchas razones Doñana es un espacio único. Las pajareras, además, lo hacen irrepetible.

Publicado en el audioblos El Sonido de la Naturaleza el  11 de abril del 2015. http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2015/04/11/las-pajareras-de-donana.html