Por las rutas de la trashumancia

Foto: Antonio Heredia, El Mundo.

Foto: Antonio Heredia, El Mundo.

El pastor sigue al rebaño. Desde la noche de los tiempos. Perseguir manadas de ungulados silvestres nos hizo ganaderos. Pero aquellas migraciones estacionales, de norte a sur, en otoño y primavera, hicieron también a este agreste país.

Poco a poco los ungulados silvestres fueron desplazados y el tintineo de esquilas y cencerros resonó por los campos. Los rebaños extensivos de ovejas, cabras, vacas y caballos suplantaron a los uros, bisontes, ciervos, corzos y cabras silvestres en el trabajo de segar, desbrozar los montes y crear así nuevos paisajes vegetales. Y trashumando por las mismas rutas durante siglos, a fuerza de diente y abonado, formaron el mejor pasto del mundo, resistente a la sequía y al pisoteo.

Las ocho grandes cañadas reales por las que transitan los rebaños, más todo el entramado de cordeles y veredas, forman una red de praderas lineales, de unas decenas de metros de ancho y cientos de kilómetros de longitud. Lo que es bueno para el ganado lo es también para la vida silvestre. Cada pocos kilómetros una charca, un pilón, para solaz de los anfibios; cada jornada de marcha un plantel de árboles, un sestil donde pasar las horas más calurosas del día. Por los márgenes dan su sombra inacabables bosques de galería, se estiran miles de kilómetros de setos y cercas. La diversidad de flora y fauna  de la península ibérica no se puede explicar sin estas vías verdes, rutas de paso para todo lo que se mueve.

Y detrás de los rebaños, las manadas de lobos, salteadores sedentarios unos,  merodeadores en busca de fortuna otros, por los caminos de la trashumancia.

Cuando hace ya más de veinte años Jesús Garzón empezó a acarrear hatos de ovejas merinas, estaba activando uno de los mejores proyectos de conservación de la naturaleza que se ha emprendido en España.  Garzón es un nombre al que quienes defienden la naturaleza le deben mucho más de lo que cabe en estas líneas. Después de recorrer a pie los montes de todo el país, después de luchar por el lobo y frenar la destrucción de las sierras de Monfragüe, Jesús Garzón identificó el problema principal y a ello se dedicó. Literalmente, se echó al monte. En este mundo tan transformado, el medio natural no se concibe sin lo rural. Desde esta perspectiva, miles de ovejas bien apretadas cruzando las calles de Madrid forman algo más que una imagen pintoresca. Son todo un grito de protesta, un balido por la vuelta de las condiciones que moldearon y repoblaron esta tierra.

Publicado en el diario El Mundo, suplemento EM2, el sábado 29 de noviembre de 2014

Ecos, paisajes sonoros de la evolución humana

 

Hay áreas en nuestro cerebro en las que imágenes y sonidos se entrecruzan y mezclan, se hacen inseparables. En ellas las imágenes evocan sonidos y los sonidos imágenes. Son, precisamente, las que más se han desarrollado a lo largo de nuestra evolución.

Manuel Martín-Loeches

El eco es un fenómeno acústico que percibimos cuando aquello que lo produjo ya es pasado. Aunque sólo sea por un segundo, lo que escuchamos es el reflejo, el recuerdo, de una acción anterior.

Ecos es el nombre de una instalación sobre los paisajes sonoros por los que ha transcurrido la historia de la evolución humana.  Un viaje al pasado por medio del oído. En la penumbra de una sala las atmósferas sonoras nos rodean.

El oyente, a ciegas, asiste a un resumen del largo viaje que empezó hace millones de años en la profundidad de las selvas. No es una película, aunque la sesión transcurre en una sala a oscuras y la narración comparte muchos de los principios del montaje cinematográfico. No es una pieza musical, aunque el sonido juega con movimientos, cambios de ritmo y velocidad.

El recorrido empieza en un ambiente selvático, donde las peleas entre homínidos y grandes felinos son constantes; y muy ruidosas. Los pasos de un bípedo, la verdadera huella sonora de todos los humanos que han caminado por el planeta, nos llevan a  la sabana africana, a la convivencia con otros depredadores, a la aparición de las primeras herramientas talladas. Saltamos a los bosques de Eurasia, territorios de ciervos y bisontes; enfrentamos una noche fría con las llamadas a lo lejos de nuestros eternos competidores, lobos y leones. Dentro de una cueva, en torno a una hoguera, nos arremolinamos con un grupo de neandertales: voces incomprensibles, toses por el humo, llantos de niño.

Las notas afinadas de una flauta de hueso, la aparición del arte, armonizan con los silbidos del viento. Comienza el gran frío, y los cazadores cromañones provocan la estampida de una manada de caballos salvajes. Aparecen las primeras armas, ladran los perros, nuestros primeros aliados.

Y con el descubrimiento de la agricultura comienza el Neolítico, la ganadería, la metalurgia. Con la vida sedentaria la narración se acelera hasta la diversificación cultural del presente: una confusión de voces -bosquimanos, himbas, indios amazónicos, japoneses, las llamadas a todo tipo de oraciones…- que concluye con la voz grabada de la cuenta atrás, símbolo de esta era de la tecnología, las telecomunicaciones y la exploración espacial.

Al final, doce minutos después, cuatro millones de años más tarde, y siguiendo a Carl Sagan, junto a las olas del mar nos asomamos a la orilla del océano cósmico.

Ecos, paisajes sonoros de la evolución humana, con guion de Juan Luis Arsuaga y Carlos de Hita, se puede visitar en el Museo de la Evolución Humana de Burgos, hasta el mes de julio de 2015.