Canta un triguero, un pájaro que en el nombre lleva su paisaje.
De lo general a lo concreto. Del concierto al instrumento solista. Del paisaje sonoro al canto de un pájaro. El lugar es la Tierra de Campos, las inacabables estepas cerealistas zamoranas: cebadas, centenos y trigos.
El sol empieza a calentar; la atmósfera se mueve y una fuerte brisa sacude las espigas. La monotonía es la nota fundamental. Pero entre los trigales, el bosque de las perdices, que dijera Ramón Gómez de la Serna, rebullen múltiples presencias. Ajean, claro, las perdices rojas; cantan desde el aire algunas alondras; en tierra, quizá sobre un majano, silba una cogujada común. Y, por todas partes, rechinan las voces estridentes de los trigueros.
Ocultas entre las cañas las codornices lanzan su triple nota. Al mismo tiempo canta una collalba gris. Pero las notas dominantes son los graznidos ásperos de una corneja, que emergen de las líneas borrosas del horizontes, difuminadas por el soplo del viento solano.
Cerramos ligeramente el cuadro y en el borde de un campo destaca, al fin, la silueta rechoncha del triguero. Y ahí, bajo el azul intenso del cielo, rodeado por millones de espigas verdes, este pájaro pardo ha elegido como posadero la flor malva de un cardo.
Publicado en el audioblog El sonido de la naturaleza, el 9 de mayo de 2015.
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2015/05/09/por-la-tierra-de-campos.html