Los gritos, ni maullidos ni gruñidos, de una hembra de lince ibérico en celo.
Archivo por meses: febrero 2013
Toneladas de nieve
Después de una intensa nevada, la nieve acumulada en las copas de los árboles cae al suelo con estrépito. Desde todas las esquinas, el suelo del bosque retumba como un timbal, sacudido por avalanchas de cientos de kilos de nieve. Como contrapunto, la voz sutil de un tenaz petirrojo.
Junto al muro de los jardines de La Granja, en Segovia.
Los retumbos son tan graves que es preferible conectar la salida de audio del ordenador a unos buenos altavoces o, en su defecto, utilizar auriculares.
¡Bababadalgharagh…!
¡Bababadalgharaghtakamminarronn konnbronntonnerrnntuonnthunntro varrhounawnskawntoohoohoor denenthurnuk!
James Joyce, Finnegans Wake. Una sola palabra en la que cabe una tormenta entera.
[soundcloud url=»http://api.soundcloud.com/tracks/79231105″ params=»» width=» 100%» height=»166″ iframe=»true» /]
Una codorniz en el centeno
Lo que se esconde en un campo de cereal
Un paseo por el campo para ver animales es casi como un recorrido a ciegas. Con el oído percibimos claramente la presencia de las aves, los anfibios, los insectos. Pero todos ellos, y no digamos los mamíferos, tienen una frustrante resistencia a dejarse ver. Y eso es precisamente lo que sucede en este video: vemos el paisaje y escuchamos a la actividad de la fauna.
Los campos de centeno, los boscajes de la meseta al norte de la sierra de Guadarrama, en Segovia, suenan al caer de una tarde de verano. En el suelo, entre los tallos espigados del cereal, entre las gramíneas, no se ve a nadie. Pero por ahí ajea alguna perdiz, rebullen los grillos, las abejas y los saltamontes. En las copas de encinas y chaparras cantan, invisibles, abubillas, trigueros, pinzones y currucas mirlonas, entre otra gente emplumada. Hacia poniente la luz de la tarde es rojiza, cálida; tanto que las últimas nieves de la montaña de Peñalara están teñidas de rojo y los campos, en contraluz, parecen tintados. Pero si giramos la vista hacia el este los colores del cielo son azulados, fríos; como fría es la luz de la luna que asoma tras las montañas. Pero a medida que se apaga la luz el paisaje sonoro recibe un nuevo impulso. Un cuco señala que es la hora del cambio de guardia, justo cuando los mochuelos y cárabos llaman desde unas laderas cubiertas de monte. Cerca silba un alcaraván. Y la multitud de grillos redobla sus esfuerzos.
Entretanto, ocultas en las hierbas, en las centeneras, tanto a la luz caliente del sol de tarde como bajo el halo de la luna, las codornices anuncian la buena cosecha con su triple nota melódica-¡buen pan hay!, ¡buen pan hay!, parece que dicen- . Aquí y allá, indiferentes al acoso de los cazadores, los insecticidas que exterminan su comida o las máquinas cosechadoras que les siegan su mundo, las codornices silban desde el centeno.