Las voces del zorro

Un paseo por el lado oscuro de los campos

Anochece en los campos de la meseta. Hacia el oeste, iluminado por la luz roja del sol poniente, todavía se escuchan las últimas voces del día, las de los os mirlos y demás aves que han despertado a mediados de este falso invierno. Hacia el este, descolorido por la luz fría de la noche que se acerca, no suena casi nada. Tan solo los gritos alarmados de un búho real, y unos ladridos sólo aparentemente lastimeros. En las noches de febrero los zorros están en celo. Siempre fugitivos, siempre merodeando por el lado oscuro.

La luz infrarroja de una cámara de fototrampeo nos permite espiarlos. El primer encuentro es con un par de puntos encendidos por la luz invisible. Empieza así un juego de distancias en el que, alternativamente, escuchamos sus llamadas desde diferentes perspectivas. De la lejanía nos llegan unos ladridos roncos, aspirados, como gritos astillados, y los lamentos con los que los machos y hembras se llaman entre sí; todo ello amplificados por el vacío en el que reverbera la noche. En las distancias cortas oímos los inesperados gruñidos y cacareos con los que discuten por cosas más triviales, como algunos restos de comida.

La noche avanza, la temperatura baja. Nadie, ni un fugitivo de la oscuridad, se libra de un resfriado.

http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2017/02/24/las-voces-del-zorro.html

Sobre un paisaje nevado

La vega nevada parece detenida por el frío. Nos dejamos llevar por una suave brisa que apenas altera el silencio blanco. Del suelo helado no emerge voz alguna y las pocas aves que se dejan oír buscan refugio en las marañas de las orillas y las copas de los álamos: poco cobijo pueden dar las ramas desnudas

El catálogo sonoro es muy pobre. Cerca graznan unas cornejas, siempre ruidosas. Junto a ellas, blancas y negras como el paisaje, las urracas estallan en un alboroto. Por algún sitio, de arbusto a arbusto, pasa cacareando un mirlo.

No las vemos pero, pese al frío y lo temprano de la estación, una pareja de cigüeñas crotora en su nido. Acaban de llegar y ya alegran la atmósfera desapacible con sus aplausos.

De los árboles, en fin, sale el parloteo de un bando de estorninos negros, inmóviles, ateridos.

Y poco más.