Solsticio de verano

El día más largo del año madruga  y se deja oír por encima de las últimas sombras. A las seis de la mañana las aves forestales empiezan a cantar.

Antes, ya con luz, un cárabo deja atrás la noche y da paso a los primeros cantores del día que aún está por venir. Con un chisporroteo, reclama un petirrojo, y enlaza con su parloteo deslavazado. Con voz ronca despiertan las cornejas: ¿quién no tiene la voz áspera al alba?

El parloteo enrevesado de una curruca mosquitera, oculta entre unos arbustos, se entrelaza con el trino limpio de un pinzón vulgar, encaramado a la copa de un pino.

A las siete ya es de día, por el este asoma el sol y el bosque se llena de luces, o lo que es lo mismo, de sonidos. Canta un zorzal charlo y jirrían los primeros vencejos mientras describen círculos en el aire. Lejos, relincha un pito real; desde las cuatro esquinas del bosque tamborilean los pájaros carpinteros.

Todo se acelera y pronto se forma un barullo. El paisaje sonoro es una confusión de voces de la que sobresalen unos silbidos melódicos, potentes, bien articulados. Amanece al fin y canta un zorzal común.

Campos de pan llevar

Trigos y cebadas espigan, se aprietan y, aparentemente, no dejan ni un hueco abierto entre sus filas. De la raíz de este bosque de espigas aflora un concierto formado por la suma de muchas miniaturas musicales.

Aquí y allá, quizá donde la tierra esté más removida, grandes manchas de amapolas se extienden entre los tallos de cereal. Los campos cambian de tonalidad. Y la música campestre también. Sobre el fondo más melódico de los grillos silban los aláudidos, los pájaros de los espacios abiertos: terreras en los terrones del suelo, cogujadas montesinas en algún poste, un majano oculto entre las espigas.

Por los surcos, las avenidas del trigal, corren y silban su triple nota las codornices. Y más arriba, suspendidas en el aire como puntos de voz, calandrias y alondras entrelazan sus largas parrafadas. En estos campos de horizontes infinitos no hay mejor oteadero que el que alcanzan con su frenético batir de alas.

Ornitofonías

Una ornitofonía es la voz de un ave. Las aves tienen su canción; cada especie la suya, más o menos definida, variable según las áreas geográficas. Desde las notas simples y espaciadas de, por ejemplo, abejarucos y gorriones, hasta el parloteo enmarañado de verdecillos y chochines; entre otras. Pasando por las repeticiones rítmicas de los carboneros comunes, o las frases melódicas, de notas entrelazadas, de pájaros como el ruiseñor pechiazul, mucho mejor definidas en la melodía nocturna de los auténticos titulares del nombre, los ruiseñores comunes.

Pero si las aves tienen su canción, también tienen su caligrafía. Los sonogramas son, claro está, la representación gráfica de los sonidos. Cada nota, cada frase, aparece como un trazo, una línea recta, un brochazo que dibuja una modulación de frecuencia. Trazos limpios o confusos, según la voz a la que represente. Los trazos de la canción.