El Charcón de Valsaín

No es más que una balsa de agua en medio de una pradera encharcada, un tremedal. Rodeada, a su vez, por un espeso pinar. Una isla de agua dentro de un bosque. Se llama, con mucha propiedad, El Charcón, y se encuentra en el valle de Valsaín, en la cara norte del Guadarrama.

Toda la pradera está cerrada por una valla de madera, para evitar que el ganado,  que siempre busca la hierba fresca, pisotee el suelo y destruya un tesoro. Y es que El Charcón es una reserva formidable para los anfibios.

Como el visual, el paisaje sonoro es una mezcla de bosque y aguas. Arriba, en las copas, se escuchan los cantos de las aves forestales: la doble nota del cuco, el chorro de voz del pinzón vulgar, los graznidos ásperos de cornejas y arrendajos, entre otros.

Abajo, entre dos aguas, croan las ranas comunes. Cientos de ranas verdes, invisibles entre la vegetación que flota en la superficie. Pero se delatan al croar, cuando, al soplar, hinchan los sacos vocales y producen una leve agitación en el agua.

Las ranas comunes no son los únicos anfibios en la charca. Más discretos, ocultos en los charcos del suelo,  ronronean los sapos corredores. Y entre los juncos croan, en tríos, los machos de ranitas de San Antón.

Baja la luz y sube el sonido, con la incorporación de nuevas voces. Se activan los grillotopos, que durante un rato llegarán a cubrir todo el espacio sonoro.  Y, como cada tarde por estas fechas, un par de patos azulones llegan volando desde el bosque en busca de  tranquilidad en este espacio perdido.

Con el crepúsculo cambia la luz; y cambia la tonalidad del bosque. Ululan los cárabos, rechina una lechuza, ronronea un chotacabras gris,  estridulan los grillos… Y ladra, rotundo, un corzo.

Publicado en el audioblog El sonido de la naturaleza,el 25 de abril de 2015. http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2015/04/25/el-charcon-de-valsain.html

La canción del pechiazul

No todos los colores los ponen las plantas alpinas. Una mancha azul revuela y parlotea sobre tojos y piornos. Es un pechiazul, un pájaro muy escaso, habitante de la alta montaña, que delimita el territorio de cría con su canto.

La primavera asoma ya por los puertos y los piornales de montaña. En la Cordillera Cantábrica la nieve no se ha retirado del todo. Pero acaba el invierno más duro de los últimos treinta años y los puertos empiezan a llenarse de sonidos.

El viento sopla siempre en las montañas, y el pechiazul, que no encuentran soporte más firme que las ramas de un arbusto, hace equilibrios sacudido por las ráfagas.

Por detrás, en el cielo cantan las alondras; y en la vegetación circundante silban otras aves alpinas, como los acentores comunes.

El pechiazul es el pariente vocalmente pobre del ruiseñor. Su canto recuerda al de su virtuoso primo, aunque más seco, menos elaborado. Pero todo lo que le falta en la voz le sobra en el colorido.

Esta entrega forma parte de lo que podríamos llamar Cuaderno de Rodaje del largometraje documental Cantábrico, que arrancó la primavera pasada, la del 2014, y va a continuar hasta final de este año 2015. Lo producen Wanda Natura y Bitis Documentales. Y el sonido será cosa mía. A lo largo de los próximos meses, ocasionalmente, aparecerán nuevas entregas de este peculiar y sonoro cuaderno.

Las Pajareras de Doñana

Unos árboles viejos, grandes, cargados de peso y años, arraigan en los suelos arenosos en la vera de la marisma. La mayoría son alcornoques, aunque también crecen algunos sauces. Por encima de ellos, día y noche, sobrevuela una nube de aves, grises, blancas, negras. Y a ellas se debe que estos rodales de árboles tengan nombre propio. Son las Pajareras de Doñana.

Observados desde lejos, de estos oteaderos en tierra plana emerge un ruido constante, un bullicio en el que se entremezclan las voces de la marisma. En los arbustos del suelo silban las cogujadas; en el aire chillan las grajillas y relinchan los milanos negros; desde algún punto, escondidos, gruñen los martinetes.

Pero en este guirigay hay un sonido que predomina sobre los demás, unos gritos guturales, desgarrados. Las pajareras son asiento de enormes colonias de garzas; y entre todas ellas destacan, grises y elegantes, las garzas reales. Siempre aleteando, en equilibrio inestable sobre las ramas, tanto que a veces parece que vuelan aún estando posadas.

Las garzas son una pura contradicción estética: toda la elegancia en el cuerpo y ninguna gracia en la voz.

 

Los nidos son apenas visibles, un amasijo de palos mal agarrados a las ramas; en estas fechas la mayoría de las garzas están incubando, pero, aunque no se les ve, ya se oyen los matraqueos con que los pocos pollos nacidos piden comida. Un peligroso asunto, un reclamo demasiado tentador para los milanos negros que avizoran desde el aire algo que llevarse al pico.

Por muchas razones Doñana es un espacio único. Las pajareras, además, lo hacen irrepetible.

Publicado en el audioblos El Sonido de la Naturaleza el  11 de abril del 2015. http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2015/04/11/las-pajareras-de-donana.html

Canto general

Para conservar la especie, pues, primero hay que cantar y luego lo que se presente en cada caso.

Josep Pla, El canto universal de la primavera.

 

 

Acaba marzo y con el aire tibio nuevos sonidos llegan desde todos los rincones del campo. Comienza el canto general de la primavera o, lo que es lo mismo, arranca la temporada de celo. Por el momento sólo con unos pocos intérpretes. Los insectos empiezan ahora a despertar; los anfibios se limitan a las horas de la noche. Durante el día, pues, el fondo sonoro es para las aves sedentarias, las que año tras año eligen quedarse  para sobrellevar el invierno en lugar de viajar a latitudes más cálidas. Tras meses de frío y silencio es normal que se arranquen a cantar con ansias acumuladas.

En este video -la imagen al servicio del sonido- aparecen algunos de esos cantores. El primero un verdecillo, que trina incansable desde su rama. Escuchamos el canto indescriptible de un estornino en el tejado, en competencia con los piídos de un grupo de gorriones, siempre en comunidad, siempre discutiendo.

En un jardín, cualquier posadero es bueno para hacerse oír. En el mango de una carretilla un chochín, ocho gramos de pájaro, canta con toda la energía que cabe en un cuerpo tan pequeño: una serie de silbidos articulados que se suspenden en un trino rápido, la firma sonora de la especie. Cerca, en las ramas de un cedro, otro macho se da por aludido y responde. Y un tercero, sobre una morera aún sin hojas, se incorpora a esta discusión por las lindes.

No todo van a ser armonías y afinaciones. Arriba, desde la copa de un pino, grazna una corneja.

Y abajo, en la valla, parlotea un petirrojo, con su canto líquido y melódico.

El concierto natural es todavía bastante humilde. Faltan aún muchas voces. Pero nos indica que la buena estación viene para quedarse.

Publicado en el audioblog El sonido de la naturaleza

http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2015/03/28/canto-general.html