En un comedero invernal

Pese a la nevada intensa y el frío extremo, la actividad en el bosque no se detiene, concentrada en los pocos sitios donde es posible encontrar comida. En torno a un comedero, una caseta de madera que ofrece un precario refugio, los pájaros forestales se arremolinan, hambrientos. Donde hay necesidad siempre hay gresca.

El sonido es cercano, cerrado, como si escucháramos a través de una lupa. Es, por decir, una realidad sonora aumentada. Predominan los zumbidos de los aleteos, las enérgicas sacudidas que arrancan y detienen las trayectorias de los pájaros. Y constantemente se oyen los reclamos, más o menos amables, de jilgueros, verdes, carboneros y herrerillos comunes y los gordos pinzones vulgares. Parece que alborotan demasiado y alguna señal pone en guardia a la comunidad del bosque: un pico picapinos lanza un grito de alarma, un mirlo parlotea con voz destemplada. Mientras, los comensales, que tiran más comida de la que pueden tragar, bajan al suelo nevado donde, oscuros contra el fondo blanco, son presa fácil.

La alarma del bosque tenía un motivo. Fugazmente, casi sin tiempo para verlo venir, un gavilán cruza el claro y se abalanza sobre la nieve. El gavilán domina la persecución en vuelo, la caza en el suelo no es su técnica, y el instante que necesita para picar proporciona a los comensales el tiempo justo para escapar.

Sobrevolando el otoño

Bosques mixtos en los alrededores de La Granja, en Segovia.

Una franja continua de árboles poblada de voces pasa bajo nuestro punto de observación. El tapiz está formado por una masa de pinos silvestres, robles melojos, alisos, chopos lombardos, álamos, cedros, cipreses y hasta algún haya. Y sobre sus copas, entre las ramas o desde el suelo, bajo las sombras, se oyen los reclamos de los más tenaces del otoño: el martilleo de los mirlos, los trinos y crepitares de los petirrojos, el carraspeo de un chochín, el reclamo regañante de un carbonero común, los silbidos de un bando de estorninos, el tuiteo de los trepadores azules, unos graznidos ásperos de arrendajos, las voces rotas de cornejas y cuervos, los gritos restallantes de grajillas y chovas piquirrojas…. El otoño en los bosques llega a su fin. Pronto nevará y el silencio blanco envolverá el paisaje sonoro. Pero, mientras duren los colores, durarán las voces forestales del otoño.

Por donde se despeña el agua

Nos asomamos a un escalón en la montaña por el que se despeña el agua. Aunque a duras penas,  las voces del bosque  se sobreponen al estruendo de la cascada. En las copas de los árboles, sobre los piornos, cantan zorzales charlos, escribanos cerillos y pinzones vulgares, entre otros. En el aire, restallando contra la roca, gritan unas chovas piquirrojas.

En la caída libre, en la pelea entre el agua y la roca no se escucha nada más. Las cortinas de agua rugen, chapotean en las fisuras, sisean al pulverizarse…

Algunas aves, una curruca capirotada, un mosquitero común, aprovechan para dejarse oír.

Pero pronto la roca vuelve a empinarse, el agua se acelera y manda callar.

Solsticio de verano

El día más largo del año madruga  y se deja oír por encima de las últimas sombras. A las seis de la mañana las aves forestales empiezan a cantar.

Antes, ya con luz, un cárabo deja atrás la noche y da paso a los primeros cantores del día que aún está por venir. Con un chisporroteo, reclama un petirrojo, y enlaza con su parloteo deslavazado. Con voz ronca despiertan las cornejas: ¿quién no tiene la voz áspera al alba?

El parloteo enrevesado de una curruca mosquitera, oculta entre unos arbustos, se entrelaza con el trino limpio de un pinzón vulgar, encaramado a la copa de un pino.

A las siete ya es de día, por el este asoma el sol y el bosque se llena de luces, o lo que es lo mismo, de sonidos. Canta un zorzal charlo y jirrían los primeros vencejos mientras describen círculos en el aire. Lejos, relincha un pito real; desde las cuatro esquinas del bosque tamborilean los pájaros carpinteros.

Todo se acelera y pronto se forma un barullo. El paisaje sonoro es una confusión de voces de la que sobresalen unos silbidos melódicos, potentes, bien articulados. Amanece al fin y canta un zorzal común.

Concierto para mirlo y percusión

Los mirlos ponen la melodía. Los carboneros comunes el ritmo. Los picamaderos negros la percusión. De las gargantas de los primeros salen frases melódicas, notas líquidas y aflautadas, intervalos musicales. Los carboneros repiten rítmicamente sus notas simples. Y al tamborilear,  los pájaros carpinteros utilizan los troncos como instrumentos de percusión.

Cada una de estas especies forestales  canta y reclama por sus propios motivos. Ninguna pretende que sus sonidos armonicencon los de otros habitantes del bosque. Pero todas sus voces juntas, sin más dirección que el azar, se entremezclan en el aire y forman el concierto del bosque. Un concierto para mirlo y percusión.

El Charcón de Valsaín

No es más que una balsa de agua en medio de una pradera encharcada, un tremedal. Rodeada, a su vez, por un espeso pinar. Una isla de agua dentro de un bosque. Se llama, con mucha propiedad, El Charcón, y se encuentra en el valle de Valsaín, en la cara norte del Guadarrama.

Toda la pradera está cerrada por una valla de madera, para evitar que el ganado,  que siempre busca la hierba fresca, pisotee el suelo y destruya un tesoro. Y es que El Charcón es una reserva formidable para los anfibios.

Como el visual, el paisaje sonoro es una mezcla de bosque y aguas. Arriba, en las copas, se escuchan los cantos de las aves forestales: la doble nota del cuco, el chorro de voz del pinzón vulgar, los graznidos ásperos de cornejas y arrendajos, entre otros.

Abajo, entre dos aguas, croan las ranas comunes. Cientos de ranas verdes, invisibles entre la vegetación que flota en la superficie. Pero se delatan al croar, cuando, al soplar, hinchan los sacos vocales y producen una leve agitación en el agua.

Las ranas comunes no son los únicos anfibios en la charca. Más discretos, ocultos en los charcos del suelo,  ronronean los sapos corredores. Y entre los juncos croan, en tríos, los machos de ranitas de San Antón.

Baja la luz y sube el sonido, con la incorporación de nuevas voces. Se activan los grillotopos, que durante un rato llegarán a cubrir todo el espacio sonoro.  Y, como cada tarde por estas fechas, un par de patos azulones llegan volando desde el bosque en busca de  tranquilidad en este espacio perdido.

Con el crepúsculo cambia la luz; y cambia la tonalidad del bosque. Ululan los cárabos, rechina una lechuza, ronronea un chotacabras gris,  estridulan los grillos… Y ladra, rotundo, un corzo.

Publicado en el audioblog El sonido de la naturaleza,el 25 de abril de 2015. http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2015/04/25/el-charcon-de-valsain.html

Los sonidos de una nevada

Nada más silencioso que un copo de nieve. Pero muchos de ellos juntos forman LOS SONIDOS DE UNA NEVADA. Grabado en los bosques de Valsaín, Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama.

«En los árboles altos hay cúpulas efímeras que caen al suelo sonando casi a nada». Pedro Fernández Cocero, ‘El tríptico de La Granja’.

Nada más silencioso que un copo de nieve. Aparentemente.

Pero una nevada está formada por la caída de muchos copos. Y la suma de tantos murmullos da lugar a un estruendo. Más aún si intervienen el viento y los ríos.

Nieva en los pinares de la sierra de Guadarrama, en el valle de Valsaín. Primero con una pacífica intensidad. Pero cuando el viento sopla y hace estremecerse a los troncos, por el bosque corre un estruendo que imita a un temporal en el mar.

En las cumbres de la sierra, a 1.900 metros de altitud, la ventisca arrecia y arranca del hielo agarrado a las acículas un siseo afilado.

Días después, tras la tempestad llega la calma. Y la actividad vuelve al bosque. Unos ladridos broncos se arrastran por la nieve; no los vemos, pero los corzos, desesperados, buscan comida. Lejos graznan los cuervos. Y bandos de arrendajos deambulan valle abajo.

A poco que la atmosfera temple, en los pinares de la sierra vuelve a nevar; pero esta vez lo hace sólo bajo las copas. Unas veces las masas de nieve acumulada caen, pulverizadas, emitiendo sutiles siseos; otras, se desploman con estrépito y todo el suelo del bosque resuena como un gigantesco tambor.

Al mismo tiempo, también bajo las copas, invisibles, revuelan los bandos de pájaros forestales: carboneros, garrapinos, herrerillos comunes y capuchinos, mitos, trepadores azules… Unas veces envueltos en sutiles siseos, otras reclamando en grupo, con estrépito.

En el bosque, tras la nevada, reinan a la vez el buen y el mal tiempo.

Publicado en el audioblog El sonido de la naturaleza el 14 de febrero de 2015, en plena ola de frío.

http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2015/02/14/los-sonidos-de-una-nevada.html