Tres décadas de grabaciones de campo a través de la evolución de los equipos técnicos. Del Nagra III al Aaton Cantar.
Han pasado treinta años. 7 de octubre de 1985, en los Quintos de Mora, en los Montes de Toledo. A media mañana, en plena temporada de berrea. Empuño por primera vez en mi vida un micrófono, activo el magnetofón y brama un ciervo. Mi primera grabación de campo, mi primera berrea. En ese momento aún no lo sé, pero es también el primer paso de un largo viaje por los sonidos de la naturaleza.
A aquella berrea le han seguido otras muchas, un ritual –como el de los ciervos- de otoño.
En este tiempo la tecnología no ha dejado de evolucionar. Hemos pasado de los pesados magnetofones de cinta a los grabadores digitales de estado sólido, pasando por los cassettes, las primeras cintas digitales, los discos duros.
He aprendido a entender los mensajes de la naturaleza. Los animales se comunican entre ellos mensajes fáciles de entender: el celo, la búsqueda de contacto, miedo, alarma, hambre… Pero para quien se para a escuchar hay otros mensajes más sutiles.
En estas tres décadas, por ejemplo, el ruido se ha expandido por los campos, como un telón de fondo que todo lo tapa. Cada vez más carreteras, maquinaria agrícola, vías aéreas ensucian el paisaje sonoro; los paisajes más limpios suenan más lejos, en lugares más escondidos, a horas más intempestivas.
El elenco también se ha empobrecido con la caída de las poblaciones de algunos de los intérpretes más comunes. La triple nota de la codorniz, por ejemplo, o el arrullo de las tórtolas, ya sólo se escuchan con la mitad de frecuencia que entonces; en los bosques del norte los urogallos se aproximan a la extinción; el parloteo continuo de las alondras es cada vez menos denso en los campos de labor. La subida generalizada de las temperaturas empuja a las aves por las montañas; modifica las fechas de llegada de las aves migrantes. Como síntoma, en algunas zonas el canto reseco de las chicharras sube ladera arriba, por los cada vez menos frescos bosques de montaña.
Pero pese a todo, los ciervos siguen berreando; en unas semanas, las primeras grullas llegarán trompeteando por los puertos del norte, anunciando que el invierno no es una estación tan mala; los patos seguirán chapoteando en las aguas quietas de las lagunas y en los rincones más retirados de la noche, el aullido de los últimos lobos, supervivientes a ultranza, seguirán estremeciendo a los que disfrutamos con la escucha de la naturaleza salvaje.
Publicado en el audioblog El sonido de la naturaleza http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2015/10/10/treinta-anos.html el 10 de octubre de 2015.