Suspiros profundos, exhalaciones que parecen emerger del fondo del mar. Y a cuatro metros bajo el agua, unos gruñidos neumáticos, producidos por una respiración en circuito cerrado.
Península Valdés. Patagonia.
Península Valdés, 22 a 26 de septiembre de 2012
Acostumbrados a ver los espacios naturales de Europa asediados por carreteras y coches, los bosques quemados, las estepas transformadas, las costas urbanizadas, la Patagonia nos muestra la tierra tal y como debía ser antes. Aquí el mundo es más grande, los animales más abundantes y confiados, el viento más fuerte y las lluvias torrenciales. Sólo el mar, a veces, aparece estos días tranquilo, como un lago. Un lago en el que nadan cientos de ballenas francas australes.
Acá recién comienza la primavera y no es temporada de orcas. Pero hay otras muchas cosas. En Punta Hércules, en la costa oriental hacia mar abierto, hemos podido grabar las peleas de los machos de elefantes marinos. Las disputas empiezan con unas voces rotundas que emergen de las profundidades de sus corpachones de más de mil kilos y terminan casi siempre a golpes y dentelladas. Pero estos animales son tan fofos, puras masas de grasa, que el embate de uno contra otro apenas produce más que un pequeño ruido. Por debajo de ellos, alrededor, huyendo despavoridas ante esas masas descontroladas, los gritos de las crías recién nacidas y de sus madres asustadas.
De una colonia de focas a otra de pingüinos. Se calcula que en Península Valdés nidifican unas cuarenta mil parejas de pingüinos patagónicos, o de Magallanes. Aquí sólo escuchamos los extraños gritos, entre trompeteo y rebuzno, de unos pocos, un grupo que ha excavado sus nidos en un terraplén en la orilla de la Caleta Valdés. El sol dejó de calentar hace rato y hay que ponerse al socaire para evitar el fuerte viento. Llama un ejemplar, responde otro y en la noche austral, bajo la Cruz del Sur, toda la colonia entabla una conversación interminable.
Y mientras el viento del norte rola al sur, aprovechando unas horas de calma, salimos en una lancha de goma –un gomón, en la precisa terminología local-, a navegar por el Golfo Nuevo, frente a Punta Pirámides. La calma es total, las olas no suenan y las respiraciones y chapoteos de decenas de ballenas francas australes desperdigadas por el mar se escuchan con claridad a cientos de metros. Pero las ballenas son curiosas y se acercan a restregarse contra los costados de la lancha; entonces, en la distancia corta las respiraciones son tan profundas que parecen emerger del fondo del mar. Y en el fondo del mar, a unos quince metros bajo la superficie, un hidrófono, un micrófono subacuático, capta a las mismas ballenas cuando lanzan unos gemidos de una profundidad insondable.
Publicado en el audioblog El sonido de la naturaleza, elmundo.es, el 28 de septiembre de 2012