Paúles, llamazares, lavajos y tremedales

Los paisajes del agua. Un diccionario de aguazales

Foto: un llamazar en Valle de Lago, Somiedo, Asturias

Marjal, lavajo, albufera, nava, paúl, jaraíz, tablazo… Nombres para designar, respectivamente, un terreno anegadizo, una pequeña laguna esteparia artificial, una laguna litoral comunicada con el mar, un terreno llano encharcadizo, una pradera entollada, un estanque y una lámina abierta de agua. Almarjal, cañaveral, carrizal, espadañal, juncal y junquera, o izaga, son los sitios poblados de almarjos, cañas, carrizos, espadañas y juncos, respectivamente, por lo general terrenos bajos y pantanosos en los que prevalece la especie vegetal que les da el nombre. Estos son sólo algunos de los muchos nombres con que se designan en nuestra lengua a las diferentes tipos de zonas húmedas. Simples como somos en lo que se refiere a la observación del campo, acostumbrados a llamar montaña a las elevaciones grandes y lomas a las pequeñas, sorprende semejante capacidad de observación y de calificación. El agua es un elemento fundamental del paisaje, incluso cuando falta. Por eso, no es de extrañar que la lengua castellana cuente con gran número de términos geográficos para describir cualquier tipo de paisaje en el que el agua sea elemento generador.

Un atolladero es el paraje pantanoso y anegadizo que dificulta el tránsito a las caballerías y carruajes. Varios términos describen terrenos mal drenados y encharcados, pero con diferencias de matiz entre ellas. Así, budial es un terreno pantanoso en el que brotan las aguas manantiales, lo que le diferencia de un llamazar o un lodachar, donde el agua puede ser de escorrentía. El tremedal, terreno bajo y pantanoso, cubierto de hierba, debe el nombre a la vibración que se produce al caminar por encima de él, lo que le diferencia de la simple ciénaga.

Según el Diccionario de Voces Españolas Geográficas, publicado por la Real Academia de la Historia en 1.796, ermunia es una «especie de tierra que también se llama armunia, conocida con este nombre en Castilla y Aragón: y es la que, a diferencia de la tierra de barros, requiere lluvias más continuas. Esta calidad dio lugar al refrán: lo que la armunia desea Campos no vea: porque la tierra barrosa de Campos con la abundancia continuada de lluvias da menos.»

Paúl y paular son los lugares en que se detienen y estancan las aguas, quedando como pradeños. Tiene la misma raíz latina que palustre, el genérico para referirse a todo tipo de áreas encharcadas.

Balsa, baña, bañil y lavajo son términos para los depósitos artificiales en que se recogen las aguas para riego y abrevar los ganados. Si el depósito es natural se denomina charca. Y si el agua esta sucia nos encontramos ante un pecinal.

El viaje del agua puede empezar en un sudadero, el terreno cortado por el que transpira el agua en pequeñas cantidades, a modo de sudor. También puede aflorar a la superficie por manantíos, ojos y hervideros, según la turbulencia y la fuerza con que asome. Después corre por la madre, el suelo o lecho por donde fluye el río. Pero si es un cauce artificial, una cacera o acequia, estaremos ante una madriz. Lo que al principio puede ser un simple regajo, o regato, arroyuelo formado por las lluvias, de poca corriente y permanencia, se convertirá en torrente, dejando acumulados en las orillas los materiales arrastrados, o torronteras. La junta de dos corrientes de agua se conoce como ambasmestas, entrambasmestas o, simplemente, mestas. Todos ellos han dado lugar al nombre de numerosas localidades.

Llegado el estiaje, la ribera que corre entre vegas y encajonada entre ribazos, dejará pozancos, pozas aisladas en las orillas que contienen aguas estancadas, y guérfagos, remansos profundos del río, en que hay olas y las aguas hacen remolino.

En definitiva, mil paisajes por los que ir a dar a la mar.

El presente texto es una extracto de mi libro Espacio para imaginar, publicado por la Junta de Castilla y León.

Una baraja de cencerras

Eugenio, pastor de ovejas de Robladillo (Valladolid), nos da una lección magistral de cencerrería. En cualquier rebaño hay diferentes tipos de ovejas, y a cada uno le corresponde un cencerro. De mayor a menor, de más graves a más agudos, estos son los hierros: medianos, medianas, recortadas alta y baja, piqueta, piqueta del puño -porque cabe en una mano cerrada-, piquete pequeño y el grillo. Montehermoso y Aranda de Duero son dos pueblos donde todavía existen talleres de cencerrería.
Camino de el éjido de Robladillo, al amanecer del 23 de diciembre de 2011.

Emitido en el programa A vivir que son dos días, Cadena SER, el 25 de diciembre de 2011.

La sierra de hielo

Un recorrido visual y sonoro desde una tarde fría pero apacible de invierno hasta el interior de una cueva de hielo.

Las laderas nevadas que aparecen y resuenan en este video son las de Peñalara y el valle del Eresma; la luna sale sobre los pinos de Valsaín; la ventisca sacude los bosques del puerto de Cotos y el hielo tintinea y gotea en los neveros y cavernas de hielo del cuenco de la laguna de Peñalara. Todo esto es el Guadarrama, donde yo vivo.

Contra el sol poniente la ladera nevada recoge los tonos rosados y violáceos del crepúsculo. Sobre una atmósfera tranquila, fría pero estable, cantan las aves en los bosques serranos, tabletean los picapinos contra los troncos. La montaña blanca aprisiona la luz, estira el final de la tarde y retrasa la entrada de la noche. Con la oscuridad, contra un cielo gélido, de cristal, la luna llena emerge entre las copas de los pinos; a su luz ululan cárabos y búhos chicos, graznan las garzas y croan los primeros anfibios. Unas nubes velan la luna y anticipan el estallido de la tormenta.

A la mañana siguiente los bosques amanecen cubiertos por una capa espesa de nieve. La fábrica del hielo empieza a funcionar a pleno rendimiento. Un viento racheado sacude las copas y los cristales de nieve tintinean sobre las charcas heladas. El frío atenaza el agua pero no frena su viaje valle abajo. De los chupones y carámbanos escurren gotas que alimentan los torrentes. Torrentes que excavan galerías de hielo azul, cavernas en las que resuena el goteo de un agua que es casi hielo.

Este montaje ha sido concebido  para resonar bajo tierra, en la cámara oscura y fría del Pozo de la Nieve, del siglo XVIII, auténtica fábrica en la que la nieve almacenada se convertía en hielo. El pozo de mampostería ha sido restaurado y convertido en centro cultural en la localidad de La Granja, en la cara norte del Guadarrama. 

El aullido del lobo

El lobo líder convoca a la manada en plena noche, en libertad, en la meseta castellana, y a su aullido responden una loba y los cachorros ya crecidos. Encadena con grabaciones de una manada controlada, más cercana: gruñidos, amenazas, chasquidos de dientes, peleas, aullidos de los cachorros y más aullidos de toda la manada, que reafirma así sus vínculos sociales. Acaba con el mismo lobo salvaje, en la misma noche de invierno en la meseta.

El agua en el jardín andalusí

Foto: palmeral de Timia, macizo del Air, Níger

Montaje sonoro para la exposición EL AGUA EN EL JARDÍN ANDALUSÍ, organizada por la Fundación de Cultura Islámica, Rabat 2012

Un recorrido sonoro por los paisajes del agua

Los bosques de la Alhambra, los surtidores, acequias y sumideros del patio de los Arrayanes, los estanques del Generalife, la escalera del agua, los huertos de palmeras de Draa, en Marruecos, los oasis de Timia, en Níger,  y Al Ain, en Abu Dhabi… Estos son los ingredientes sonoros de este recorrido de las aguas por el jardín andalusí.
Amanece en un palmeral. Abajo, a nuestros pies, el agua corre por las acequias y algunas ranas, pocas, croan al frescor de la mañana. Arriba y a lo lejos, desde las copas, silban las oropéndolas y arrullan las tórtolas.
De un espacio abierto a un horizonte cerrado: en el borde de una acequia murmura el agua, cantan los pájaros de las encañizadas y zumban los insectos.
Corriente abajo, el agua sigue encerrada en un caz pero resuena ahora en un patio cerrado y la reverberación dibuja el espacio, las paredes de piedra. Los chillidos de los vencejos pasan por encima, describiendo círculos cerrados, mientras el agua borbotea en un surtidor, se encierra en un sumidero, cae en cascada a una pila o se remansa y dispersa por una alberca.
Atardece y la corriente riega de nuevo las huertas; hace calor, en el aire suenan las chicharras y su sonido, rítmico, se confunde con el sonido, también rítmico, del agua lanzada a presión por los aspersores. La luz va cayendo, sube la humedad y en el horizonte se anuncia una tormenta. Tras el aguacero, a la puesta de sol, el jardín cobra nueva vida: croan las ranas a coro, estridulan los grillos, los búhos silban a intervalos exactos y la voz líquida de los ruiseñores llega desde las cuatro esquinas del jardín.

Miguel Delibes: un calendario sonoro

Doce meses, doce miniaturas sonoras a partir de los textos del escritor español Miguel Delibes (1920-2010), cuya obra está llena de descripciones del paisaje a través de sus sonidos. Un calendario sonoro en una obra literaria. Con fragmentos de los libros El hereje, Los santos inocentes, Diario de un cazador, El último coto, Viejas historias de Castilla la Vieja y otros. Con texto leído.

En la Patagonia

Península Valdés, 22 a 26 de septiembre de 2012
Acostumbrados a ver los espacios naturales de Europa asediados por carreteras y coches, los bosques quemados, las estepas transformadas, las costas urbanizadas, la Patagonia nos muestra la tierra tal y como debía ser antes. Aquí el mundo es más grande, los animales más abundantes y confiados, el viento más fuerte y las lluvias torrenciales. Sólo el mar, a veces, aparece estos días tranquilo, como un lago. Un lago en el que nadan cientos de ballenas francas australes.
Acá recién comienza la primavera y no es temporada de orcas. Pero hay otras muchas cosas. En Punta Hércules, en la costa oriental hacia mar abierto, hemos podido grabar las peleas de los machos de elefantes marinos. Las disputas empiezan con unas voces rotundas que emergen de las profundidades de sus corpachones de más de mil kilos y terminan casi siempre a golpes y dentelladas. Pero estos animales son tan fofos, puras masas de grasa, que el embate de uno contra otro apenas produce más que un pequeño ruido. Por debajo de ellos, alrededor, huyendo despavoridas ante esas masas descontroladas, los gritos de las crías recién nacidas y de sus madres asustadas.
De una colonia de focas a otra de pingüinos. Se calcula que en Península Valdés nidifican unas cuarenta mil parejas de pingüinos patagónicos, o de Magallanes. Aquí sólo escuchamos los extraños gritos, entre trompeteo y rebuzno, de unos pocos, un grupo que ha excavado sus nidos en un terraplén en la orilla de la Caleta Valdés. El sol dejó de calentar hace rato y hay que ponerse al socaire para evitar el fuerte viento. Llama un ejemplar, responde otro y en la noche austral, bajo la Cruz del Sur, toda la colonia entabla una conversación interminable.
Y mientras el viento del norte rola al sur, aprovechando unas horas de calma, salimos en una lancha de goma –un gomón, en la precisa terminología local-, a navegar por el Golfo Nuevo, frente a Punta Pirámides. La calma es total, las olas no suenan y las respiraciones y chapoteos de decenas de ballenas francas australes desperdigadas por el mar se escuchan con claridad a cientos de metros. Pero las ballenas son curiosas y se acercan a restregarse contra los costados de la lancha; entonces, en la distancia corta las respiraciones son tan profundas que parecen emerger del fondo del mar. Y en el fondo del mar, a unos quince metros bajo la superficie, un hidrófono, un micrófono subacuático, capta a las mismas ballenas cuando lanzan unos gemidos de una profundidad insondable.

Publicado en el audioblog El sonido de la naturaleza, elmundo.es, el 28 de septiembre de 2012

Un viaje por África


EL SONIDO DE ÁFRICA
Un viaje por los recuerdos y la banda sonora de medio continente

A lo largo de unos minutos vamos a escuchar un viaje por África. Un recorrido por la banda sonora de medio continente. Como es normal, el viajero escucha con más o menos atención allí donde las circunstancias le llevaron a lo largo de su periplo. No pretende, por tanto, hacer un compendio sonoro de nada, sino, más bien, enseñar una muestra de los recuerdos que almacenó en su magnetofón.

La secuencia sigue la ruta del sur al norte. En las primeras etapas, el paisaje sonoro natural es tan apabullante, tan rico en “colores” y matices, que el sonido de la actividad humana queda eclipsado, casi en un segundo plano. Pero a medida que se avanza hacia el norte, dejando atrás la selva tropical para entrar en la sabana subdesértica del Sahel y el desierto, el silencio crece y la actividad humana gana protagonismo.

1. SABANA MASAI, Kenya, en la reserva de Masai Mara. Noche cerrada en el soto del río Sekenani. Sobre un fondo de anfibios silbando en todas las tonalidades, ríen las hienas y gruñe un antílope impala. El aire fresco de la noche favorece la propagación de los sonidos, y los rugidos de una pareja de leones, afortunadamente muy lejanos, suenan con una calidez inmediata. Lo mismo sucede con los gruñidos profundos de una pareja de hipopótamos.

Y en medio de la atmósfera desordenada y salvaje, un principio de armonía: un grupo de pastores masai danzan en círculos tras las barreras de protección de su manyatta, la aldea de la sabana. La civilización y la cultura toman forma de ritmo y compás.

Amanece en el soto. Lo anuncia la voz repetitiva de la tórtola plañidera. Y en la misma manyatta, las mujeres masai entonan un canto coral. Un trueno apaga las voces, empieza a llover y un gran cocodrilo del Nilo, que hasta entonces había pasado desapercibido sumergido en el agua, lanza un estremecedor gruñido de amenaza, al tiempo que sacude las escamas a flor de agua y golpea con la cola.

2. SELVA TROPICAL, Camerún. El corazón de las tinieblas. Un mundo opresivo, con una acústica cerrada e inquietante, donde hasta los animales más inofensivos, los damanes arbóreos, lanzan unos alaridos que parece que provienen del infierno. En este mundo inhóspito, un murmullo se eleva sobre las sombras, contra el fondo continuo de los insectos. Visualmente, una nube de humo iluminada por las brasas de la leña húmeda que no arde, envuelve una comunidad de pigmeos m´baká, quienes hoy, como desde la noche de los tiempo, levantan a su alrededor una barrera protectora con el humo, el fuego y la voz. Dentro de este ámbito más acogedor, hasta las situaciones más íntimas se convierten en acontecimientos sociales. Un hombre le canta una nana a un niño; enseguida otro se incorpora con su voz, y otro más; entra la percusión y en unos segundos todo la tribu ha olvidado el sueño del niño y canta a voz en grito la misma melodía. Parece que nadie duerme de noche en la selva.

En la atmósfera menos opresiva de la mañana, un grupo de mujeres añade una más a la ya larga lista de utilidades del agua: la percusión. Metidas hasta la cintura en una charca, palmotean contra la superficie y la convierten en puro ritmo.

3. ALDEA BOZO, Mali, en la orilla del río Níger. Otro ritmo, otro compás, también llegado desde tiempo inmemorial. En una pequeña aldea junto al río, casi tan pequeña como la isleta en la que está construida, cae la tarde y las mujeres preparan la cena a golpe de mortero. Y mientras ellas trabajan, los niños juegan, los hombres charlan… y el almuédano llama a la oración desde un altavoz colocado en el minarete, el único artefacto eléctrico de una aldea a la que casi nunca llega nada. Jugar, charlar, rezar y trabajar, el clásico reparto de tareas de África.

4. LA PUERTA DEL TENERÉ, Níger. Desde aquí, las llamadas para ensalzar la grandeza de Alá se propagan por las soledades del Sahel cinco veces cada día. En Agadez, a la puerta del desierto de Teneré, la del alba es la de la confusión de los rezos. Todavía de noche cerrada cuando, secuencialmente, la voces amplificadas, cada una con su tono y con su estilo, se incorporan a este piadoso concierto matinal. Como en la selva, aquí tampoco es fácil dormir.

Timia es un palmeral en las montañas del Air, desde el que parten las caravanas tuareg hacia las minas de sal de Teneré. La aldea es lo suficientemente humilde como para que sólo cante un almuédano. Los gallos y las tórtolas despiertan a los camelleros, que empiezan a preparar a sus monturas para la larga travesía. El canto de las mujeres sirve aquí de transición entre los preparativos y la marcha de la caravana, que se pierde en el desierto. No hay manifestación de júbilo como el tzekrit, el ulular que de las mujeres norteafricanas cuando celebran cualquier acontecimiento.

Y de las soledades del desierto, de nuevo al bullicio de un mercado en Agadez, donde desde la confusión emerge poco a poco una música limpia, una muestra de la denominada “música tuareg contemporánea”, a cargo del grupo Tidawt. Sabiendo la ubicación de Agadez en el mapa, la pregunta es de dónde y por qué caminos llegan las influencias musicales para dar lugar a una nueva escuela musical. La respuesta es estremecedora: viajan en los radiocassettes de los camiones que hacen la travesía del desierto, a menudo cargados de inmigrantes clandestinos. Encadenamos, por tanto, con la melancólica canción de una niña que pide el regreso a casa, junto a la hoguera en un campamento de refugiados saharauis, en la Hammada argelina.

5. ALTA MAR, 27º22´15” N, 16º47¨24” O. Pero el viaje aún no ha terminado. Queda lo peor, la travesía del Atlántico. En alta mar, al sur de la isla de Tenerife y tras doce días de navegación, un cayuco con setenta y cinco personas a bordo es interceptado por una lancha de salvamento. Una vez más, un murmullo de voces se eleva por encima del sonido de un mundo hostil. Dos centímetros de madera, el grosor del casco desvencijado, separan estas voces del abismo oceánico. Al principio no son más que caras asustadas, nuevos números que añadir a una estadística. Pero uno a uno, con mucha dignidad, van diciendo sus nombres -Djaga, Medhum, Liransu, Abu, Osman…-, y en medio de la nada, a miles de kilómetros de su sueño en Europa, esta gente recupera su condición humana.

Como para tantos otros, este viaje sonoro termina con las olas que baten la playa de los Lances, en Tarifa.