Comederos de pájaros

En otoño comienzan los tiempos de escasez . En los bosques, sobre todo en las montañas, los pájaros se reúnen en bandadas y deambulan sin descanso en busca de comida. En el borde de un pinar, en un jardín, unos comederos artificiales, bien provistos de pipas de girasol y bolas de grasa con semillas y trozos de fruta, atraen la atención de todos los habitantes de un amplio sector del bosque.

Cualquier recipiente vale para una comida apresurada: espirales para las bolas de sebo, tubos de rejilla para las pipas, casetas de madera, pero también cocos, piñas y hasta medias naranjas vaciadas, sirven para dar de comer al hambriento.

Esta especie de comedor social lleva ya varios meses abierto, por lo que las aves aceptan sin reparo la proximidad de unos micrófonos. A través de ellos oímos hasta los más mínimos detalles del vuelo, las garras y las voces de los comensales.

Con tiempo seco o bajo la lluvia, en días tranquilos o en plena nevada, sobra la comida y la actividad es intensa, tanto que el sonido principal es el zumbido de las alas menudas al batir. A lo largo de varios días de observación la lista de invitados incluye trepadores azules, carboneros comunes y garrapinos, herrerillos comunes y capuchinos, lúganos, mirlos y petirrojos.

Escondidos tras las cañas

Vuelo rasante sobre un cañaveral. Un vocerío emerge de entre carrizos y espadañas. En pocos sitios las aves se esconden tanto y a la vez se manifiestan tan claramente.

Como telón de fondo, el roce de los carrizos y el zumbido de una buscarla unicolor, un pájaro que parece un insecto.

Entre las cañas gruñen y chillan los calamones, trompetean las fochas, chillan las cigüeñuelas, relinchan los zampullines. Y cuando la masa de carrizos se espesa, todo el paisaje sonoro se resume en esto: el matraqueo de los carriceros comunes y tordales.

Ornitofonías

Una ornitofonía es la voz de un ave. Las aves tienen su canción; cada especie la suya, más o menos definida, variable según las áreas geográficas. Desde las notas simples y espaciadas de, por ejemplo, abejarucos y gorriones, hasta el parloteo enmarañado de verdecillos y chochines; entre otras. Pasando por las repeticiones rítmicas de los carboneros comunes, o las frases melódicas, de notas entrelazadas, de pájaros como el ruiseñor pechiazul, mucho mejor definidas en la melodía nocturna de los auténticos titulares del nombre, los ruiseñores comunes.

Pero si las aves tienen su canción, también tienen su caligrafía. Los sonogramas son, claro está, la representación gráfica de los sonidos. Cada nota, cada frase, aparece como un trazo, una línea recta, un brochazo que dibuja una modulación de frecuencia. Trazos limpios o confusos, según la voz a la que represente. Los trazos de la canción.

Concierto para mirlo y percusión

Los mirlos ponen la melodía. Los carboneros comunes el ritmo. Los picamaderos negros la percusión. De las gargantas de los primeros salen frases melódicas, notas líquidas y aflautadas, intervalos musicales. Los carboneros repiten rítmicamente sus notas simples. Y al tamborilear,  los pájaros carpinteros utilizan los troncos como instrumentos de percusión.

Cada una de estas especies forestales  canta y reclama por sus propios motivos. Ninguna pretende que sus sonidos armonicencon los de otros habitantes del bosque. Pero todas sus voces juntas, sin más dirección que el azar, se entremezclan en el aire y forman el concierto del bosque. Un concierto para mirlo y percusión.

La voz es la frontera

Desde el suelo, la maraña de los cantos de las aves forma un concierto, una música natural, armoniosa, pero de significado incierto.

Cambiar el punto de vista ayuda a comprender algo mejor las cosas. A vista de pájaro, desde el aire, el bosque se convierte en un tapiz sobre el que se libra una batalla vocal, incruenta pero con toda determinación. Las aves disputan, a voces, por los límites de sus territorios de cría.

La voz es la frontera. El montaje sonoro es una reconstrucción idealizada, sin base en ningún estudio concreto sobre el uso del territorio, pero que bien puede representar una situación real de convivencia en un bosque. Predominan los trinos potentes, desflecados, de tres pinzones vulgares, cada uno desde su árbol buscando los límites de su canción.

Más abajo, en las marañas del suelo y a la sombra de un pino, canta una curruca capirotada. Y aunque su territorio se solape, no interfiere de ninguna manera con el del pinzón.

La percusión también vale para trazar fronteras. Cuatro picos picapinos delimitan con sus tableteos las cuatro esquinas del bosque.

Y desde el centro de la arboleda emerge un grito agudo, apresurado: nadie le disputa sus dominios al azor.

De vuelta a la tierra la perspectiva cambia y las peleas por el territorio se convierten de nuevo en la suave música de la naturaleza.

Gaviotas en el Manzanares

Ecos del mar al pie de La Pedriza, en Madrid

El embalse es Santillana; el río que lo alimenta el Manzanares, que fluye desde el macizo granítico de La Pedriza. El lugar está en las estribaciones del Guadarrama, en Madrid. El  mar no puede estar más lejos. Y, sin embargo, un  griterío con resonancias costeras rellena cada tarde la inmensidad de este espacio vacío.

Decenas de miles de gaviotas, reidoras y sombrías, se concentran en estas aguas para pasar los meses de otoño e invierno. La comida que desecha cada día una ciudad como Madrid es un reclamo demasiado poderoso y las gaviotas acuden siguiendo el curso de los ríos. Y cada día siguen la misma rutina: una vez alimentadas, abandonan la fealdad de los basureros, situados al sur de la ciudad,  para descansar en las aguas limpias de la sierra.

Las orillas abiertas del embalse son, además, la mejor barrera de protección contra cualquier intruso.  Pero aún así, a veces, algo les asusta. Gregarias por naturaleza, basta con que una recele para que la alarma se propague a toda la bandada. Y el griterío de mil aves asustadas sube de escala.

Cuando empieza a caer la tarde, a virar la luz hacia los tonos rojizos, toda la lámina del embalse rebosa de aves; las gaviotas comparten aguas con somormujos lavancos, fochas y patos azulones. Por el fango de la orilla chapotean archibebes comunes y garzas reales. Y en los prados ribereños se escuchan los reclamos, suaves crujidos, de las agachadizas y revuelan los bandos de fringílidos. Cualquier tarde llegarán las primeras grullas.

Y todo bajo los imponentes paredones del Yelmo, de los muros del castillo de Manzanares el Real. Tan lejos que el mar no se puede concebir.

Publicado en el audioblog El sonido de la naturaleza, http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2015/10/17/gaviotas-en-el-manzanares.html el 17 de octubre de 2015

El concierto de las aves

En el Día Mundial de las Aves 2015

Las aves tienen su día y también su gran enciclopedia: los diecisiete volúmenes del monumental Handbook of the Birds of the World. Obra mundial de referencia producida por la editorial catalana Lynx Edicions, en colaboración con Birdlife International, la federación que engloba a las principales organizaciones de defensa y estudio de las aves. La gran enciclopedia se cierra con dos volúmenes extra que contienen una completa lista patrón de las casi diez mil especies de aves que habitan el planeta. Algunas de ellas, encaramadas al árbol de la evolución, aparecen ilustradas en una de sus portadas.

Unas cuantas, elegidas al azar, cantan, gritan, silban, reclaman y parlotean.  Y todas juntas al final, interpretan el concierto de las aves. El cant del ocells.

Con la intervención, en orden aproximado de aparición, de garzas, avetoros, halcones, avemartillos, lechuzas, tucanes, pájaros ratón, carracas, trogones, cálaos, serpentarios, águilas pescadoras y harpías, avefrías, ostreros, alcaravanes, págalos, gaviotas, gallinas de Guinea, dromas, faisanes, kiwis, varias especies de patos, gangas, tórtolas, flamencos, chotacabras, cucos, vencejos, rascones, colimbos, paíños, fragatas, piqueros, cormoranes, cacatúas, guacamayos, grullas y el tamborileo de los pájaros carpinteros, entre otros muchos.

Publicado en el audioblog El sonido de la naturaleza, el 3 de octubre de 2015 http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2015/10/03/el-concierto-de-las-aves.html

Gracias a Josep del Hoyo y Lynx Edicions

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Pájaros carpinteros

El bosque como instrumento

Cuaderno de rodaje del largometraje documental Cantábrico, los dominios del oso pardo*.

Entre otras muchas cosas, a lo largo del mes de mayo nos hemos centrado en la grabación de unos picamaderos negros, en los valles de Riaño, León. Hay varios nidos barrenados en los troncos de un rodal de álamos, en cuya base rebulle un enorme hormiguero, principal fuente de alimento de los pájaros carpinteros. Desde el interior de un escondite, una caseta de madera colocada hace tiempo y que ya pasa del todo desapercibida,  no puedo verlos, pero los micrófonos colocados apuntando a las cuatro direcciones permiten saber lo que está pasando. Arriba, fuera de la vista, dos picamaderos, un macho y una hembra, relinchan y tamborilean con suavidad. Por la delicadeza de sus voces se puede suponer lo que están haciendo.

El momento pasa y es entonces el macho quien, como un resorte, ataca un tronco para marcar el centro de su territorio de cría. Con ráfagas lentas, sostenidas, de entre treinta y seis y cuarenta y dos picotazos por cada tamborileo.

A la vez, desde dentro de uno de los agujeros, el seleccionado este año para nido, la hembra picotea contra las paredes, parece que envía un mensaje en su particular código cifrado. Sea lo que sea lo que quiere transmitir, en el exterior su compañero se aleja volando por la arboleda, con un relincho agudo muy característico.

En general, todos los pájaros carpinteros buscan su comida bajo las cortezas de los árboles. Por eso, un gran hormiguero abierto por el que rebullen las hormigas acarreando larvas, es una invitación irresistible al banquete. Otros percusionistas se atreven a acercarse al corazón mismo de los dominios del gran picamaderos. Tamborilea ahora un pico picapinos, algo menor, con una cadencia más rápida: entre dieciocho y veinte golpes por ráfaga.

Y otro intruso, un rápido resorte. Como una versión de juguete de los anteriores, más pequeño, mucho más rápido, grita y tabletea un pico menor: entre veintiséis y veintinueve  golpes por ráfaga.

En mayo, los bosques cantábricos son el gran instrumento de percusión de los pájaros carpinteros.

*El rodaje de este largometraje documental, producido por Wanda Natura y Bitis, comenzó hace ahora un año y nos va a tener ocupados, al menos, hasta finales de diciembre. Periódicamente aparecen aquí algunas reseñas de este cuaderno de campo sonoro.

Una miniatura musical

Canta un mirlo, y de su garganta sale una miniatura musical.

Hay que ser cuidadoso con las comparaciones. Que el canto de los pájaros tiene elementos comunes con la música es algo evidente: el sentido del ritmo, el tempo, algunas figuras musicales como el crescendo de los ruiseñores o el glisando de los bisbitas.

Pero la música requiere una intención. Los pájaros la tienen, sin duda, pero nosotros no somos los destinatarios.

La mayor parte de las aves canoras se ajustan a patrones de canto más o menos estables. Cantan lo que aprenden, imitan lo que les rodea. Y con eso es suficiente  para producir todos los matices del paisaje sonoro. Lo que para muchos suena como un concierto natural.

Pero hay aves que no se conforman con repetir lo que oyen y gustan de explorar las posibilidades de su voz. Entre las ibéricas, los mirlos son, quizá, los más curiosos.

A diferencia de otras especies, no hay dos mirlos que canten igual. Cada individuo tiene su voz personal, una firma sonora propia. Todos los mirlos tienen en común algunos caracteres «mirlescos», como un timbre líquido con un ligero roce, la imperfección que caracteriza a los grandes artistas.

Los mirlos buscan la afinación armónica en sus notas, esa cualidad del sonido, representada por las líneas paralelas de los sonogramas, que hace que  una nota suene mejor al oído. Y como cualquier cantante o instrumentista sabe, afinar una nota no es algo casual.

 

Pero lo que acerca de verdad a los mirlos a la música es su gusto por la variedad. Cada ejemplar, cada macho territorial, busca sus frases, las enlaza de una manera determinada, casi se podría decir que a su gusto, a lo que llega después de muchas horas, muchos amaneceres de ensayo. Algo que, con todas las reservas, se parece mucho al proceso de composición.

Unas palabras sobre los sonogramas. En 1940, los ingenieros de los laboratorios Bell Telephone inventaron el sonógrafo, un aparato que permitía transcribir gráficamente un sonido. Su intención era identificar posibles criminales por medio de sus huellas vocales, tan distintivas de cada individuo, suponían, como los dibujos dactilares.

Pese a todo, los criminales siguen volando de la justicia. Y los sonogramas han quedado para el estudio y disfrute de otras voces. Hoy, con esta mezcla de sonido y caligrafía, vemos el canto de los mirlos.

Publicado en el audioblog El sonido de la naturaleza, el 6 de junio de 2015.

http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2015/06/06/una-miniatura-musical.html

Por la Tierra de Campos

Canta un triguero, un pájaro que en el nombre lleva su paisaje.

De lo general  a lo concreto. Del concierto al instrumento solista. Del paisaje sonoro al canto de un pájaro. El lugar es la Tierra de Campos, las inacabables estepas cerealistas zamoranas: cebadas, centenos y trigos.

El sol empieza a calentar; la atmósfera se mueve y una fuerte brisa sacude las espigas. La monotonía es la nota fundamental. Pero entre los trigales, el bosque de las perdices, que dijera Ramón Gómez de la Serna, rebullen múltiples presencias. Ajean, claro, las perdices rojas; cantan desde el aire algunas alondras; en tierra, quizá sobre un majano, silba una cogujada común. Y, por todas partes, rechinan las voces estridentes de los trigueros.

Ocultas entre las cañas las codornices lanzan su triple nota. Al mismo tiempo canta una collalba gris. Pero las notas dominantes son los graznidos ásperos de una corneja, que emergen de las líneas borrosas del horizontes, difuminadas por el soplo del viento solano.

Cerramos ligeramente el cuadro y en el borde de un campo destaca, al fin,  la silueta rechoncha del triguero. Y ahí, bajo el azul intenso del cielo, rodeado por millones de espigas verdes, este pájaro pardo ha elegido como posadero la flor malva de un cardo.

Publicado en el audioblog El sonido de la naturaleza, el 9 de mayo de 2015.

http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2015/05/09/por-la-tierra-de-campos.html