Las voces broncas del bosque

De los últimos rayos de sol a la noche cerrada. Cuatro fases de un crepúsculo de un verano ya bien avanzado, cuando los bosques se llenan de voces broncas, ásperas y poco adornadas. La mayoría de las aves forestales ya han terminado de criar, y lo que merodea entre los árboles son volantones inexpertos, de voz destemplada, incapaces de entonar las melodías con que sus padres delimitaron hasta hace unas semanas los territorios de cría. Hacia las nueve de la tarde, con pocas excepciones- algún arranque de un zorzal, común, siempre melódico- por el bosque sólo corren silbidos y reclamos regañantes de carboneros, petirrojos y pinzones vulgares; además de los gritos, siempre ásperos, de los córvidos, cornejas y arrendajos.

Una hora más tarde, hacia las diez, con las sombras comienza la jornada para una familia de cárabos. Un par de pollos ya volantones silban y gimen hambrientos, mientras cerca de ellos uno de los adultos ulula. Mala señal: por el momento no hay comida. Lejos, en algún claro del bosque, vuela en círculos un chotacabras gris, ave de la noche.

Hacia las diez y media el cielo aún clarea por el oeste, pero el bosque es una sombra envuelta en silencio.  Roto por unos ladridos broncos. Los corzos, a contracorriente, andan encelados.

Por donde se despeña el agua

Nos asomamos a un escalón en la montaña por el que se despeña el agua. Aunque a duras penas,  las voces del bosque  se sobreponen al estruendo de la cascada. En las copas de los árboles, sobre los piornos, cantan zorzales charlos, escribanos cerillos y pinzones vulgares, entre otros. En el aire, restallando contra la roca, gritan unas chovas piquirrojas.

En la caída libre, en la pelea entre el agua y la roca no se escucha nada más. Las cortinas de agua rugen, chapotean en las fisuras, sisean al pulverizarse…

Algunas aves, una curruca capirotada, un mosquitero común, aprovechan para dejarse oír.

Pero pronto la roca vuelve a empinarse, el agua se acelera y manda callar.

Entre tórtolas y jilgueros

Una vaguada en el río Pirón, en Segovia. Un puente de piedra, que aún sobrevive al afán por ensancharlo todo, une las dos orillas de esta angostura de rocas y fresnos. Acaba un día de calor y la tarde, al fin, refresca. Con los arrullos de las tórtolas vuelve la actividad sonora; son cuatro o cinco, y sus voces roncas contrastan con los parloteos líquidos de los jilgueros.

Desde los sillares canta un colirrojo tizón, a quien tanto le da un puente que una roca natural.

Abajo, en las marañas de la orilla, da paso un ruiseñor bastardo. Escapa un mirlo. Y se enzarza con la voz un zarcero.

Siempre en la orilla, reclaman las lavanderas blancas.

Croan las ranas comunes, silban los ruiseñores, armonizan los mirlos, rascan sus alas los grillos. Cae la tarde.

Guadalquivir

A la memoria de Luc Hoffmann

Estrella Morente interpreta el poema de Antonio Machado. Música Pablo Martín Caminero. Imagen Joaquín Gutiérrez Acha. Montaje Iván Aledo.
De la película Guadalquivir, Wanda Natura.