El rugido del volcán


Tremor volcánico. Un término que contiene todos los ruidos, las vibraciones, las exhalaciones y estampidos de un mundo en formación.
 
Llegué a La Palma de noche y lo primero que vi fue un cielo rojo, encendido con luces que venían de las tinieblas del centro de la tierra. Y una montaña incandescente, regada de piroclastos, que parecía fundida en cristal líquido. Ahí estaba condensado todo:  el origen de los materiales que conforman la isla, los futuros campos fértiles sobre los que arraigarán pinares y laurisilvas. Pero también, sobre todo, la desgracia, mayor por inesperada, de las poblaciones aplastadas bajo las coladas, asfixiadas por los humos, divididas sus vidas para siempre en dos mitades separadas por un muro infranqueable.
 
En los siguientes días me alejé todo lo que pude de las zonas concurridas, de las voces de la gente, para acercarme desde el silencio al sonido del volcán. Con micrófonos ultradireccionales y potentes teleobjetivos, para registrar los profundos suspiros, la respiración de un gigante incapaz de modular su voz. A casi dos kilómetros de distancia el bramido del volcán es tan fuerte que se perciben claramente los múltiples ruidos que forman el conjunto. Cada movimiento suena, las exhalaciones de piroclastos, los borbotones de magma, el soplo de los gases, estampidos colosales, estrépitos de derrumbe. De vez en cuando el gigante calla y, por momentos, se escucha el arrastre de la colada. Un rumor lleno de matices, de rocas como casas recién expulsadas del cráter, que ruedan despacio, con chasquidos sordos; el material está blando y las deformaciones de cada golpe absorben el impacto. Todo en un tempo lento que transmite, sin embargo, sensación de velocidad, de derrumbe inminente.
 
Tras las calmas el ruido crece y crece y parece que tiene la suficiente energía acumulada para hacerlo sin límite. Ni siquiera un temporal en el mar, una tormenta en la alta montaña, transmite esa sensación de fuerza infinita.
 
Sin embargo, a esa distancia el pinar no está del todo en silencio. Los troncos de los pinos, requemados, quién sabe si por el soplo de esta erupción o por otros fuegos menores, se levantan sobre un suelo tapizado por una capa de lapilli que parece una nevada en negativo. Ni rastro de la espesa capa de pinocha que tapiza estos bosques. Y por todas partes las huellas de cuervos y lagartijas; los primeros decidieron quedarse a rebuscar en el paisaje transformado, las segundas sin posibilidad de escapar. Contra el gran estruendo, de vez en cuando, el parloteo alegre de un bandito de canarios, los chasquidos de las chovas, los gritos de algún cernícalo. Y, por increíble que parezca, en la noche, la dulce llamada de los grillos sobresale por encima del tremor volcánico.
 
Cumbre Vieja, La Palma, 17 y 18 de octubre de 2021.