Pájaros carpinteros

El bosque como instrumento

Cuaderno de rodaje del largometraje documental Cantábrico, los dominios del oso pardo*.

Entre otras muchas cosas, a lo largo del mes de mayo nos hemos centrado en la grabación de unos picamaderos negros, en los valles de Riaño, León. Hay varios nidos barrenados en los troncos de un rodal de álamos, en cuya base rebulle un enorme hormiguero, principal fuente de alimento de los pájaros carpinteros. Desde el interior de un escondite, una caseta de madera colocada hace tiempo y que ya pasa del todo desapercibida,  no puedo verlos, pero los micrófonos colocados apuntando a las cuatro direcciones permiten saber lo que está pasando. Arriba, fuera de la vista, dos picamaderos, un macho y una hembra, relinchan y tamborilean con suavidad. Por la delicadeza de sus voces se puede suponer lo que están haciendo.

El momento pasa y es entonces el macho quien, como un resorte, ataca un tronco para marcar el centro de su territorio de cría. Con ráfagas lentas, sostenidas, de entre treinta y seis y cuarenta y dos picotazos por cada tamborileo.

A la vez, desde dentro de uno de los agujeros, el seleccionado este año para nido, la hembra picotea contra las paredes, parece que envía un mensaje en su particular código cifrado. Sea lo que sea lo que quiere transmitir, en el exterior su compañero se aleja volando por la arboleda, con un relincho agudo muy característico.

En general, todos los pájaros carpinteros buscan su comida bajo las cortezas de los árboles. Por eso, un gran hormiguero abierto por el que rebullen las hormigas acarreando larvas, es una invitación irresistible al banquete. Otros percusionistas se atreven a acercarse al corazón mismo de los dominios del gran picamaderos. Tamborilea ahora un pico picapinos, algo menor, con una cadencia más rápida: entre dieciocho y veinte golpes por ráfaga.

Y otro intruso, un rápido resorte. Como una versión de juguete de los anteriores, más pequeño, mucho más rápido, grita y tabletea un pico menor: entre veintiséis y veintinueve  golpes por ráfaga.

En mayo, los bosques cantábricos son el gran instrumento de percusión de los pájaros carpinteros.

*El rodaje de este largometraje documental, producido por Wanda Natura y Bitis, comenzó hace ahora un año y nos va a tener ocupados, al menos, hasta finales de diciembre. Periódicamente aparecen aquí algunas reseñas de este cuaderno de campo sonoro.

La canción del pechiazul

No todos los colores los ponen las plantas alpinas. Una mancha azul revuela y parlotea sobre tojos y piornos. Es un pechiazul, un pájaro muy escaso, habitante de la alta montaña, que delimita el territorio de cría con su canto.

La primavera asoma ya por los puertos y los piornales de montaña. En la Cordillera Cantábrica la nieve no se ha retirado del todo. Pero acaba el invierno más duro de los últimos treinta años y los puertos empiezan a llenarse de sonidos.

El viento sopla siempre en las montañas, y el pechiazul, que no encuentran soporte más firme que las ramas de un arbusto, hace equilibrios sacudido por las ráfagas.

Por detrás, en el cielo cantan las alondras; y en la vegetación circundante silban otras aves alpinas, como los acentores comunes.

El pechiazul es el pariente vocalmente pobre del ruiseñor. Su canto recuerda al de su virtuoso primo, aunque más seco, menos elaborado. Pero todo lo que le falta en la voz le sobra en el colorido.

Esta entrega forma parte de lo que podríamos llamar Cuaderno de Rodaje del largometraje documental Cantábrico, que arrancó la primavera pasada, la del 2014, y va a continuar hasta final de este año 2015. Lo producen Wanda Natura y Bitis Documentales. Y el sonido será cosa mía. A lo largo de los próximos meses, ocasionalmente, aparecerán nuevas entregas de este peculiar y sonoro cuaderno.