Las Pajareras de Doñana

Unos árboles viejos, grandes, cargados de peso y años, arraigan en los suelos arenosos en la vera de la marisma. La mayoría son alcornoques, aunque también crecen algunos sauces. Por encima de ellos, día y noche, sobrevuela una nube de aves, grises, blancas, negras. Y a ellas se debe que estos rodales de árboles tengan nombre propio. Son las Pajareras de Doñana.

Observados desde lejos, de estos oteaderos en tierra plana emerge un ruido constante, un bullicio en el que se entremezclan las voces de la marisma. En los arbustos del suelo silban las cogujadas; en el aire chillan las grajillas y relinchan los milanos negros; desde algún punto, escondidos, gruñen los martinetes.

Pero en este guirigay hay un sonido que predomina sobre los demás, unos gritos guturales, desgarrados. Las pajareras son asiento de enormes colonias de garzas; y entre todas ellas destacan, grises y elegantes, las garzas reales. Siempre aleteando, en equilibrio inestable sobre las ramas, tanto que a veces parece que vuelan aún estando posadas.

Las garzas son una pura contradicción estética: toda la elegancia en el cuerpo y ninguna gracia en la voz.

 

Los nidos son apenas visibles, un amasijo de palos mal agarrados a las ramas; en estas fechas la mayoría de las garzas están incubando, pero, aunque no se les ve, ya se oyen los matraqueos con que los pocos pollos nacidos piden comida. Un peligroso asunto, un reclamo demasiado tentador para los milanos negros que avizoran desde el aire algo que llevarse al pico.

Por muchas razones Doñana es un espacio único. Las pajareras, además, lo hacen irrepetible.

Publicado en el audioblos El Sonido de la Naturaleza el  11 de abril del 2015. http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2015/04/11/las-pajareras-de-donana.html

Nieblas en Cazorla

Otoño en la sierra de Cazorla. Las nieblas no dejan ver el paisaje. Afortunadamente, tenemos el oído.

Hay días en los que no hay mucho que mirar desde un mirador, como este del Poyo de la Mesa, en la sierra de Cazorla. Las nieblas no dejan ver el paisaje. Los jirones se retuercen desde el fondo de las vaguadas, se enganchan en las crestas de roca. El paisaje desaparece, se esfuma.

El otoño, por otra parte, está siendo extraordinariamente cálido y los animales, las aves sobre todo, siguen muy activos. Pero se encuentran muy lejos, al otro lado del valle, y ni siquiera con prismáticos podemos verlos.

Afortunadamente tenemos el oído.

Esto es lo que sabemos que pasa, a lo lejos y entre las brumas. Unas cornejas graznan, se desafían por las copas de los pinos. A la vez, por entre los troncos grita un pico picapinos, con una nota aguda, casi metálica, que contrasta con el tableteo largo en la madera. También por ahí revuelan y silban varios trepadores azules.

Tras varias semanas de temperaturas anormalmente altas el ritmo de la naturaleza está alterado. Hay brotes en las ramas de los árboles, los anfibios y reptiles siguen despiertos, las aves cantan, a veces con el mismo empeño que ponen en la primavera, cuando se trata de delimitar territorios de cría. En Cazorla los zorzales charlos y los mirlos reviven con sus voces.

La pared de caliza del Poyo de la Mesa incorpora el eco -o al menos la reverberación- al paisaje sonoro. Un cuervo sobrevuela y su voz se estira al rebotar  contra la roca. Pero el cuervo no está solo. Posados en algunas repisas, en un mundo vertical, canta un colirrojo tizón, silba un roquero solitario.

En los pinares de Cazorla el día sigue velado por la niebla, pero la música continúa.

Publicado en el audioblog El sonido de la naturaleza el 7 de diciembre de 2014

http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elsonidodelanaturaleza/2014/12/06/nieblas-en-cazorla.html

Guadalquivir en la sala de montaje

Este video es a la vez un proceso y su resultado. Combina imágenes grabadas  en un estudio durante las mezcla de sonido de la película documental Guadalquivir, con insertos de nuestras propias copias de trabajo, todavía con los códigos de tiempo en la pantalla. Es la fase previa a la mezcla final, todavía sin música ni locución. La fase en la que en el cine sólo se escucha la naturaleza.

He seleccionado dos secuencias, muy distintas pero en las cuales el sonido natural se basta para describir los acontecimientos. La primera es de una bandada de grullas en montanera, revolviendo los suelos de las dehesas de Sierra Morena en busca de bellotas. Encadena con una impresionante carroñada de buitres; las peleas, cacareos, aletazos y picotazos de buitres leonados y negros suceden en primer plano, rodeados de moscas y de unas impasibles urracas.

En el estudio de grabación, del tamaño de un cine mediano, el sonido adquiere su verdadera dimensión; las aves se desenvuelven en unos espacios que bien podrían caber dentro de la sala. La distancia entre altavoces permite reproducir los movimientos; el sistema de sonido envolvente nos coloca en el centro de las bandadas, sacudidos por el viento, rodeados de gritos siniestros.

El estudio de grabación es Best Digital, equipado con Dolby Atmos. Guadalquivir es, por cierto, el primer documental que se ha masterizado en este sistema de sonido inmersivo. Las imágenes de la película –las bien grabadas- son de su director, Joaquín Gutiérrez Acha; las del estudio –las mal grabadas- son mías. Estrella Morente pone la voz en la película, lo que marca diferencias aún más grandes con respecto a lo que se escucha aquí.  Pero nada de esto sonaría bien si en el equipo de sonido no estuvieran Juan Ferro y Nicolas de Poulpiquet; este último, por cierto, a los mandos.