Nocturno

La hora del cambio de guardia.

Con este largo montaje, la transición del día a la noche pasando por una tormenta, concluyó mi exposición sobre el paisaje sonoro en el certamen Naturalia 2018, sobre  los nuevos formatos en comunicación ambiental, organizado por la Fundación Tormes.

Primavera en un claro de un bosque, donde el agua acumulada forma una charca. Cae la tarde y es la hora del cambio de guardia, cuando los sonidos del día dan paso a los de la noche.

La voz del cuco anuncia el crepúsculo, junto con el chisporroteo de los petirrojos y la melodía de un mirlo. Son los últimos del día. A la vez, en el suelo, algunos grillos templan sus élitros. El sonido es indeciso, roto. Poco a poco van entonando y las estridencias agudas se expanden y forman un manto continuo sobre el suelo. Lejos retumba un trueno, la lluvia golpea las hojas en los árboles y hace callar a los grillos en el suelo. Pero el agua llama a los habitantes del agua, y los anfibios se activan. Croa, áspero, un sapo corredor; al rato son varios. Croa, con voz rota, una ranita de San Antón; enseguida son un grupo formando un coro pulsante. La lluvia y los anfibios describen una charca.

Deja de llover. Los insectos del suelo vuelven, los anfibios ya no callan. Lejos, ronronea un chotacabras gris, ave de la noche. Por encima de nuestras cabezas oímos unos pulsos agudos, la parte audible de los ultrasonidos de los murciélagos en vuelo de caza.

Entran en acción otras voces de la noche. Ulula un cárabo; silba, a compás, un autillo; desentona el chirrido de la lechuza. Cerca, asustado, ladra un corzo, que escapa hacia la profundidad del bosque.

Todo esto no es más que el preámbulo, la preparación para la entrada en escena de la voz más prestigiosa de la noche: canta un ruiseñor.